Raúl.
Audífonos puestos, ojos cerrados y su pómulo izquierdo aún dolorido.
El chico suspiró, sintiendo una opresión en el pecho. Así había sido los últimos dos días.
Había aguantado la paliza que le dio su padre por haber pasado tanto tiempo fuera mientras Lila lo observaba en la oscuridad. Había ayudado a su madre a limpiar el piso de arriba, intentando ignorar el hecho de que ese lugar era probablemente uno de los mayores centros de actividad criminal en la ciudad.
Abrió los ojos y suspiró, se sentía solo, como si todos se hubiesen olvidado de él. Necesitaba hablar con alguien, necesitaba una persona que lo escuchase por más que hablara.
A penas la idea se formó en su cabeza, supo lo que debía hacer. Detuvo la música en su teléfono y buscó dentro de sus pocos contactos. Marcó, con la esperanza de que su llamada fuese respondida, y de tener suficiente saldo para hablar tanto como quería.
—¿Estabas dormida?— preguntó el muchacho al ser contestado.
—Debería, pero no— respondió Lucy con voz suave. Ella no tenía idea, pero aquello bastaba para calmar, al menos un poco, el turbulento rumbo de pensamientos que había en su mente.
Se quedó callado, quería hablar, pero algo lo detenía, como si simplemente con escucharla no bastase. Necesitaba ver sus ojos y oír su voz directamente. Era lo único que lo hacía sentir vivo.
—¿Estás ahí?— preguntó la muchacha al notar su silencio, haciéndolo reaccionar.
—Envíame tu dirección— dijo simplemente— pasaré por ti en media hora. Ponte ropa cómoda.
Lucy.
No podía negar que su propuesta había sido tan extraña como sorpresiva, pero algo la había llevado a hacer exactamente lo que él le había dicho. Tal vez había sido la desesperación en su voz o que quería comprobar que realmente era cierto aquello de que se divertía más estando con ella que con Sarai.
Ropa cómoda. Lo más cómodo que había en su armario eran unas medias de lana para ocupar en invierno, un vestido suelto —al que su madre solía referirse como “harapo”— y un sweater que alguien le había regalado, pero que Larissa jamás le había dejado usar en público.
Por suerte, el sweater era lo suficientemente largo como para cubrir aquel vestido que ya le estaba quedando un poco pequeño, y apenas le llegaba bajo los glúteos.
¿El único problema? Los zapatos. Lo más cómodo y abrigado que tenía eran unos botines con cinco centímetros de taco. Y dudaba que aquello fuese algo apropiado. Además de que hacía lucir sus piernas demasiado flacas.
Se miró en el espejo, sintiendo extraño el reflejo que este le devolvía, cuando oyó un ruido, como si alguien golpease la ventana.
Se acercó cautelosamente y corrió la cortina sólo para encontrarse con el chico que la había llamado hace no más de una hora. Abrió la ventana y se acercó para hablarle.
—¿Qué estás haciendo? Te vas a matar— le advirtió al ver como se afirmaba precariamente del alfeizar.
—No pasa nada, estoy acostumbrado a escalar paredes— le dijo, sonriendo como si de la muerte no lo separara nada más que sus manos—. El problema ahora es cómo bajarás tú.
La chica se quedó pasmada y sin saber qué decir, sintiendo vértigo de sólo pensarlo.
—¿Q-qué?— cuestionó en un susurro, tragando dificultosamente ante la atenta mirada del muchacho.
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Piano piano
Romance«Ella leyendo las partituras de Beethoven de principio a fin y él aprendiéndose a Yann Tiersen por partes.» Lucy es la definición de rectitud; estudiosa, compuesta, siempre seria y esforzada. Practicando siempre hasta que todo sea perfecto. La espal...