Capítulo ocho

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¿Cuándo había sido la última vez que la habían abrazado así? El único que lo había hecho alguna vez había sido Paul, y ya hace tanto tiempo él no estaba.

Hundió su rostro en la nuca del chico, permitiéndose llorar y sollozar todo lo que quisiera, porque de todos modos no podía reprimirlo.

Lo abrazó de vuelta, aferrándose a él como si temiera que fuera a huir de ella. ¿Y acaso no es lo que iba a hacer luego de aquello? Ya había oído a su madre suficientes veces como para saber que los chicos se disgustaban fácilmente, ella solía disgustarlos fácilmente. ¿Por qué había tenido que ser tan tonta? Ahora Raúl se alejaría de ella, la creería ridícula, patética y probablemente no volvería a dirigirle la palabra. Chica tonta.

—No te vayas— murmuró inconscientemente, porque eso era lo que más deseaba.

—No me voy a ir— le susurró de vuelta— a ninguna parte, tranquila.

—Por favor.

—Lucy, no me voy a ir— reafirmó poniendo suficiente espacio entre ellos como para poder limpiar sus lágrimas—, voy a quedarme todo lo que necesites. Abrázame, llora si te hace sentir mejor, pero no te inquietes, porque no me voy a ir— la tranquilizó antes de volver a abrazarla.

Lucy simplemente no podía entender cómo alguien podía preocuparse tanto por ella; pero le hizo caso, y lloró porque eso la hacía sentir mejor. Lloró por todas las veces que había pasado hambre, lloró por todas las veces que había mentido, lloró por todas las veces que no había llorado lo suficiente.

Estaba empapando la chaqueta de Raúl y lo sabía, se avergonzaba, pero no quería detenerse. Y que él tampoco pareciera en lo más mínimo interesado a soltarla tampoco ayudaba.

Se sentía tan patética.

Ni siquiera sabía como volvería a verle la cara después de aquella escenita. ¿Por qué era tan ridícula, y por qué él se preocupaba tanto por una ridícula?

Lucy no comprendía cómo podía haber tanta pureza en el corazón de alguien.

—Lo siento— murmuró ella, intentando esconderse aún más.

—No hay nada malo en desahogarse— respondió él, haciendo círculos en su espalda.

—No,— cortó ella— por haberte querido echar abajo.

—¿Cuándo...?

—Señorita, la estoy esperando— Lucy se separó rápidamente del chico y se limpió la cara lo mejor que pudo con sus manos.

—Ve al auto William— ordenó, luchando para que su voz no se quebrara en el proceso.

—Pero, señorita...

—¡Vete al auto, William!— el chófer bajó la mirada y asintió avergonzado, retirándose rápidamente del campo visual de ambos chicos.

—Déjame adivinar, te tienes que ir— murmuró Raúl fijando su vista en las teclas del piano.

—Lo siento, no pude enseñarte nada hoy— se lamentó Lucy, quitando bruscamente los rastros de lágrimas que quedaban en su rostro; al menos lo intentó, porque fue parada por las manos del chico quien sujetó sus muñecas.

—Te vas a hacer daño— la regañó— ¿por qué tanta rabia contra tus propias lágrimas?

—¿Por qué eres tan bueno? ¿por qué no puedes ser un poco más... odiable?— Raúl rió suavemente y se dedicó a limpiar con más dulzura una lágrima rebelde que rodó por su mejilla.

—¿Acaso te gustaría odiarme?— Lucy apartó la mirada.

—Tal vez.

—Lucy, tienes mucho que explicarme— reclamó él.

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