Lo primero que escuchó Raúl fue el canto de una sirena. ¿Una sirena podía estar fuera del agua? Y si fuera el caso, ¿qué hacía una sirena tarareando una melodía de Chopin? Eso no tenía sentido. Se quedó parado en la escalera por un momento, disfrutando de la melodía.
Internamente se preguntó si había dormido lo suficientemente bien. Es decir, había despertado en el suelo de asfalto de un estacionamiento en el último piso, ¿eso podía afectar el funcionamiento de su cerebro? Tal vez debería haber dormido un poco más en vez de dirigirse directamente a la academia, y, además, haber comido un desayuno decente en vez de un mísero paquete de galletas.
Se sorprendió al ver que era Lucy quien se encontraba sentada en el salón de espera, sus piernas cruzadas de una manera elegante, su espalda apoyada contra el respaldo pero aún así recta, su cabeza descansando sobre la pared y sus ojos cerrados mientras la suave melodía se escurría por sus labios.
Había cierta belleza poética en esa chica, pareciendo una niña encerrada en el cuerpo de una mujer.
No era capaz de moverse de su lugar por temor a distraerla, y es que, como una sirena, su canto lo tenía hechizado. ¿Cómo era posible que el Vals de primavera sonara mejor en sus labios que en el piano? No pudo evitar que su mandíbula se abriera un poco.
La muchacha abrió sus ojos sólo para volver a su postura fría y practicada, y cuando dejó de cantar Raúl sintió que había vuelto de golpe a la tierra, después de haber estado en un mundo de fantasía.
—¿Hace cuánto estás ahí parado?— Raúl tardó un segundo más de lo que debería en darse cuenta de que se refería a él.
—N-no, yo sólo acabo de llegar— se excusó encaminándose al asiento que se encontraba al lado de la chica. Ella lo miró con sospecha, pero no dijo nada.
—¿Qué haces aquí tan temprano?
—Podría preguntarte lo mismo.
—No te incumbe.
—Y podría responderte lo mismo— la chica lo miró curiosamente, pero se mantuvo en silencio por lo que Raúl se limitó a ocupar el puesto a su lado—. Tienes ojeras— observó él— ¿Mala semana?
—¿Qué puedes saber tú de eso?— preguntó la chica.
—Más de lo que crees— él soltó una risa socarrona que desconcertó a Lucy—. Es más, podría decirse que soy un experto.
La muchacha lo observó frunciendo sus cejas. ¿Qué podía saber él? Si seguramente hacía lo que se le daba la gana y no debía cumplir las expectativas de nadie.
—¿Estudiaste?— preguntó ella cambiando el tema al no sentirse del todo cómoda.
—¿Para qué?
—Yo suelo estudiar para aprender— se atrevió a soltar, lo más cercano a lo sarcástico que había dicho desde que recordaba.
—Sí, dicen que para eso sirve— ¿cómo una persona podía tener tanta facilidad para reírse? Una risa tan ligera y despreocupada como una melodía compuesta en la más deliciosa tarde de primavera— ¿Estudiar qué?
—Teoría musical— para ser como era, Raúl era un libro abierto. Siempre mostraba sus expresiones tal y como las sentía en el momento y en ese momento sentía vergüenza por no haber estudiado— ¿Recuerdas lo que te enseñé la vez pasada?
—Algo de una fórmula musical, parecía más matemática— él torció su boca intentando recordar— algo de los tonos.
—La fórmula de una escala mayor— corrigió ella, sacando rápidamente una libreta y dibujando un improvisado piano —. Cada intervalo entre tecla y tecla es un semitono, contando las teclas negras. La fórmula es tono, tono, semitono, tono, tono, tono, semitono. En la escala de do es más fácil ya que es clara la diferencia entre mi y fa, y si y do— se detuvo, indignada, al ver como Raúl imitaba con su mano su forma de hablar.
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Piano piano
Romance«Ella leyendo las partituras de Beethoven de principio a fin y él aprendiéndose a Yann Tiersen por partes.» Lucy es la definición de rectitud; estudiosa, compuesta, siempre seria y esforzada. Practicando siempre hasta que todo sea perfecto. La espal...