Lucy.
No había muchas cosas en el mundo que la muchacha amase demasiado. No amaba su habitación, ni sus perfumes caros ni sus vestidos elegantes. Había pocas cosas en su casa que estaría dispuesta a llevarse.
Por eso no le fue muy difícil elegir las cosas que pondría en su bolso aparte de lo esencial.
Su libro de partituras, ese que la había acompañado desde un comienzo, un diapasón que Burgeois le había regalado hace algunos años y el collar que le había regalado Raúl. Aunque este seguía en posesión de su madre.
Se deslizó silenciosamente por el pasillo hasta la habitación de su madre, sin hacer ningún ruido. La habitación de Larissa era amplia y ordenada, con una cama extensa para ella sola, pues dormía separada de su marido. Había un tocador lleno de joyas al que Lucy siempre le había gustado admirar en su niñez. También había un pequeño cofre sin candado ni cerradura, pero que ella jamás había abierto porque una sola mirada de su madre había bastado para saber que abrirlo estaba prohibido.
Lo abrió con delicadeza. Su cadena efectivamente se encontraba allí, bajo una vieja foto de Larissa junto a un hombre que ella nunca había visto en su vida. No sintió remordimiento ni pena, sólo nostalgia de una sonrisa que ella jamás llegó a ver.
Suspiró, cerrando el cofre y volviendo a su habitación con la cadenita entre los dedos.
Acarició su piano con añoranza. No podría meterlo en su bolso y eso era algo que lamentaba profundamente. El piano le había escuchado todas las penas, y merecía algo más que ser olvidado en un rincón llenándose de polvo sin nadie que acariciara sus teclas una vez más.
Una de las criadas se asomó por el umbral de su puerta para avisarle que su chofer se encontraba esperando. Ella asintió rápidamente y observó su habitación una última vez. No iba a extrañar ese lugar. Se despidió de su piano con un suave do, re, mi y bajó las escaleras.
Raúl.
Para el chico, simplemente no había nada que valiera la pena llevarse aparte de sus audífonos. Los llevaba al rededor de cuello, con la música aún sonando.
Se acercó a la habitación de Lila y entró silenciosamente. No lo había dicho, pero en el momento en que Lucy le había contado sobre Paul, había recordado a su hermana.
Tenía la misma edad que Lucy cuando había sido abandonada por Paul, y él no podía dejar que la historia se repitiese sin siquiera intentar cambiarla.
Lila se encontraba peinando la cabeza de una de sus muñecas mientras observaba una hoja llena de números. De solo verlos a Raúl le daba dolor de cabeza, no comprendía como su hermana era tan hábil con las matemáticas.
—Lila— la muchacha no levantó la vista—. Sé que no terminamos muy bien la última vez, pero no quiero que eso me impida hacer lo correcto. Lila, sé que solo eres una niña pequeña intentado agradar a sus padres e intentando descubrir el camino que debe seguir, pero...
—Al punto, Raúl— exigió ella mirándolo a los ojos.
—Me voy a escapar, ¿vienes conmigo?— Lila dejó salir una carcajada.
—No tienes las agallas, imbécil. Eres demasiado cobarde como para irte— dijo ella con todo convencimiento—. Y si acaso fueras a hacerlo por favor, te lo ruego, vete. Se acabarían todos mis problemas.
—Lila, hablo en serio— sin embargo, la muchacha simplemente lo ignoró, continuando con su labor mientras tarareaba una canción infantil.
Raúl suspiró, resignado. No podía obligarla, menos aún cuando ni él estaba seguro de lo que iba a hacer.
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Piano piano
Romance«Ella leyendo las partituras de Beethoven de principio a fin y él aprendiéndose a Yann Tiersen por partes.» Lucy es la definición de rectitud; estudiosa, compuesta, siempre seria y esforzada. Practicando siempre hasta que todo sea perfecto. La espal...