Prólogo

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...Because nothing lasts forever and we both know hearts can change...

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Hay situaciones en la vida que te llevan a pensar seriamente en lo que haces. Saul Hudson condujo seguro por la conocida ruta a la que una vida matrimonial de siete años lo había adiestrado. No había hoy en día ser humano cualquiera que pudiese aseverar que aquel hombre con mirada algo escondida, labios gruesos, piel morena y, aun así, gesto cobarde fuese el mismo que entregó su vida al cuerpo policial de América. De aquel hombre valiente y de valores intachables sólo quedaba una sombra ambigua y desigual que no llevaban a conclusión alguna. Apretó con demasiada fuerza el volante entre sus manos mientras trataba de ignorar por todos los medios el sollozo continuo de su esposo.

Axl Rose se desvivía en un llanto sin fin mientras buscaba en su garganta rota aquellas palabras que lo arrastraron en infinitas noches de insomnio. A sus veintiocho años, con una carrera todavía por concluir, un trabajo de asistente en una tienda de instrumentos donde también era profesor de piano en la semana que poco tenía que ver con la profesión que estaba construyendo con tanto esfuerzo y un perro de nombre Noviembre, llevaba poco menos de diez años casado con quien consideró siempre el hombre de su vida. Él siempre supo que lo suyo eran las mujeres, pero desde que conoció a Slash ese gusto a las féminas se fue, y, en realidad, sería demasiado pretencioso declarar que las pollas sí le iban, porque en toda su vida de amargado –como bien le gustaba a Hudson recalcar- sólo tuvo un único y verdadero amor. Pero aparentemente se equivocó en pensar que los amores eran tal cual los cuentos de hadas pintaban con coloridas letras y sus animales cantarines; en la vida real no existían los finales felices para siempre ni los comieron perdices. No, y ahora lo sabía, con pruebas contundentes, que su castillo de naipes de puro corazón rojo carmín fue tan solo una construcción frágil como su base. Tragó duro una nueva oleada de dolor mientras observaba un par de medias rojas –tal y como la sangre- claramente femeninas situadas de forma despreocupada en la guantera donde su marido siempre guardaba los papeles del automóvil.

- ¿Por qué? Eres un hijo de puta

La voz se le escapó rota y perdida, apagada y muerta. Pero Slash no respondió ni a su pregunta ni a su mirada lastimera; no, él siguió con su función de conducir hasta el hogar que por ahora compartían. El sollozo volvió a inundar el automóvil y las palabras inentendibles de Axl seguían retumbándole la paciencia y haciendo un hueco que no supo identificar en alguna zona de su pecho. No, culpa no era, porque no sintió ni cosquillas del sentimiento culposo aquella mañana en la que se follaba a Meegan contra el asiento del copiloto en un estacionamiento desolado; o por lo menos eso aseguraba él. Seguro era la tonalidad aguda y miserable que le irritaban sus delicados oídos, o la forma poco precisa en la que Rose terminaba sus oraciones. Frunció con mayor ahínco sus cejas, aprisionando entre sus manos el volante con más fuerza de la necesaria; estaba seguro que si Axl no se callaba en ese preciso instante, él mismo se encargaría de hacerlo de la forma que bien él sabía hacerlo.

- ¡¿TE PUEDES CALLAR?!

- ¡SLASH, CUIDADO!

Y el pelirrojo lo devolvió a la realidad, fueron cuestión de segundos pero todo ocurrió a tiempo. Pisó el freno y el chirrido de las llantas no se hizo esperar; medio segundo después un camión gigante pasó a gran velocidad justo frente a ellos. Hudson, quien andaba más metido en sus pensamientos que atento a su alrededor, no pudo prever el enorme vehículo de carga que pasaba a gran velocidad en el siguiente cruce a pesar que la luz del semáforo indicaba lo contrario. Pero fue Rose, quien lo obligó a frenar de sopetón tras percatarse del terrible accidente del cual serían víctimas. Ambos soltaron una exhalación audible, pero la calma duró poco al regresar los pies sobre la tierra.

Despertar [Slaxl/Adaptación]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora