·XXIV·

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Tras unos largos y arduos días de entrenamientos, por fin ha llegado el momento. Hoy llevarían a cabo el deseo de Yona, recuperar su reino de las garras de su antes amado primo y ahora terrible enemigo.

El amanecer indica el inicio de su marcha, tendrían que partir en cuanto recogieran todo pues para llegar al campo de batalla les llevaría horas.

No tardan mucho, sin embargo cuando se despiden de Ik-Soo les resulta difícil y más para el pequeño Yoon.

Desconocían como sería el final, según el monje tenían probabilidades de ganar y seguramente así sería, el problema es que no sabían si habría alguna baja y si eso ocurriera...

El menor, sabiendo a lo que se arriesgaba, estuvo abrazado un largo tiempo al ermitaño y éste lo aceptaba gustosamente. El resto se limitaba a sonreír, se podía ver a primera vista que tenían una relación de casi padre e hijo.

-Que los dioses estén de vuestro lado, hoy y siempre –dice Ik-Soo moviendo la mano en forma de adiós.

Nada más despedirse y emprender el camino hacia su destino, ninguna palabra salió de sus bocas, estaban pensativos sobre lo que ocurriría al atardecer ya que ahí es cuando tendrían el combate de sus vidas. ¿Qué les depararía el futuro?

· · ·

Al rato de que el sol llegara a su máxima altura, decidieron parar para comer y reponer fuerzas, llevaban ya 6 horas andando sin descanso. Optaron por un humilde local, tanto que eran los únicos clientes.

-Muy buenas, jóvenes –saluda un hombre cincuentón–. ¿Deseaban algo?

-Eh... la verdad es que sí, nos gustaría comer aquí –habla Yoon por todos.

-No se diga más, coged asiento, por favor.

Todos se sientan alrededor de una mesa redonda y mientras esperan siguen guardando silencio.

Mio mira a cada uno de ellos, intentando por veintésima vez averiguar sus pensamientos, aunque habían quedado con utilizar lenguajes de signos y sonoros para comunicarse, seguía insistiendo el tema de leer las mentes como los otros -al menos los Dragones- hacían con ella.

No conseguía nada, sin embargo por el semblante de sus caras se les notaba en tensión, exceptuando a Hak y a Shin-Ah, ya que el primero sabía guardar bien sus emociones y el otro directamente era inexpresivo.

No iba a negarlo, también estaba preocupada por lo que pasaría. A pesar de que el monje hubiera dicho que podrían con ello, no estaba del todo segura pues al fin y al cabo eran 8 contra miles y miles, por lo que en su cabeza no paraba de resonarle: "¿Y si esta fuera la última comida?"

Traga saliva, no quería ni imaginárselo. De pronto cierra los ojos y un rápido recuerdo le muestra un momento de su vida pasada como humana. "¿Por qué no?" Piensa.

-Se me ha ocurrido... –dicen al unísono Zeno y Mio.

Los dos se quedan mirando, no habían hablado durante todo el trayecto como los demás y ahora justamente habían coincidido y encima con las mismas palabras.

-Dilo tú, hermanita –le cede la palabra.

-Pues... como hoy es el día que es, había pensado que podríamos tener una comida digna.

El rubio por un momento abre los ojos de la sorpresa pero al momento sonríe como siempre hace y llevándose los brazos detrás de la cabeza.

ℓα ℓσвα ףυє αмαвα α ℓσѕ ∂яαgσиєѕ · AKATSUKI NO YONADonde viven las historias. Descúbrelo ahora