Capítulo 4. Rostro Azulado

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Era un día soleado, la madrastra de Cenicienta se encontraba sentada frente a la ventana con su mirada perdida en el ambiente que esta rebelaba. Su mente estaba en aquel momento donde aquel joven la ofendió para que segundos después desapareciera con su hijastra. Ya habían pasado dos días desde aquel suceso y ella aún no había vuelto, no sabía cómo le explicaría a su esposo la situación cuando regresase de su viaje.

Griselda se acercó a su madre un poco hastiada, necesitaba ayuda para colocarse uno de sus lujosos vestidos y su hermana no deseaba cooperar. Estaba luchando con el armador y apenas si podía caminar sin caer.

-Madre ¿Dónde está Cenicienta? ¿Aún no ha vuelto? Necesito ayuda y Anastasia no desea hacerlo, tengo que salir en menos de una hora y aun mi cabello está hecho un desastre... Madre ¿me estás escuchando?- se quejó

-Oí perfectamente. Cenicienta no volverá, no creo que lo haga y sin Cenicienta la mansión es toda nuestra- dijo con una sonrisa maliciosa

-Eso es magnífico pero ¿qué pasa conmigo y los deberes de la mansión?- Drisella habló un poco molesta

-Eso tiene solución. Dentro de unas horas vendrá otra joven que desea trabajar, ella nos ayudará. Trátala bien o la perderemos y les tocará a ustedes hacer el resto- continuó la madrastra con tranquilidad y elegancia mientras ayudaba a su hija con el vestido y el cabello

Mientras tanto en el palacio, el príncipe heredero se alistaba para salir en la búsqueda de la doncella perdida, parecía divertirle la situación mientras se disfrazaba de soldado para estar presente en cada prueba.

-Señor debería reconsiderar la orden. Hay muchas personas que están hablando sobre esto- dijo el consejero que lo acompañaba en todo momento

-No lo haré, me estoy divirtiendo demasiado, el ver como todas aquellas doncellas se miden la zapatilla con esperanzas a que les quede sabiendo que no es de ellas- dijo divertido y colocándose el sombrero de la guardia real

-Pero señor, muchos hombres del reino no están de acuerdo con esto ¿Qué tal si le quedase la zapatilla a una de las prometidas de alguno de ellos? Solo digo que puede haber más de una a la que le quedase la zapatilla de cristal- dijo preocupado

-Eso no importa. El mejor se merece lo mejor ¿Qué no fue lo que dijiste cuando mi padre propuso el baile?- dijo el príncipe con ironía y un poco de egocentrismo mientras salía y se subía a su caballo

-Descuida, la doncella no es cualquiera, si no ya hubiese aparecido. Estoy seguro que tiene un corazón valioso y será la reina perfecta- dijo con seguridad para avanzar en su caballo e irse

-Le ensañaron la manera de gobernar pero no le enseñaron que el amor no es un juego de niños- dijo el consejero en forma de lastima al ver como el príncipe se iba en su caballo junto a los demás soldados

Mientras tanto en las profundidades del bosque, el grupo de cazadores junto a Cenicienta y Abdías avanzaban entre los árboles, las rocas y los riachuelos. Cenicienta iba al lado de Abdías y cada vez que dirigía su mirada al rostro lleno de verrugas azules, ella soltaba una pequeña risa tratando de guardarla y no parecer extraña. La victima de la broma de Abdías hacía exactamente lo mismo que Cenicienta, él iba adelante y de vez en cuando volteaba hacia atrás y se sonría en forma de burla, a pesar de que su rostro estaba completamente igual que el de Abdías.

Los demás trataban de evitar mirarlos, ya que ambos se veía demasiado gracioso con el rostro lleno de verrugas azules. Abdías solo soltaba una pequeña risa de gracia ante la actitud de sus compañeros, puesto que por fuera podrían parecer un grupo de cazadores rudos y amargados, pero en realidad eran demasiado sociables y les encantaba disfrutar el momento.

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