Capitulo 13. Prisión

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Lady Tremaine y sus dos hijas observaban por la ventana aquella escena, se sentían satisfechas y alegres por ver la desgracia que le abarcaba a Ella, pero solo una de ellas sentía remordimiento, le dolía lo que veía, se sentía culpable por lo que estaba pasando.

A la hora de la cena, Anastasia aún seguía sin una sonrisa en su rostro, el silencio la invadía y su mirada estaba perdida, el sentimiento de culpa la invadía

-Anastasia no haz probado tu comida- escuchó la voz de su madre frente a ella, provocando que se sobresaltara un poco y la observara para volver a la realidad

-Disculpe- respondió para dar introducir un pequeño bocado en su boca

-¿Sucede algo? Nos deshicimos de Cenicienta, así que no hay nada de qué preocuparse- Habló Drisella para que ella se molestase un poco y se levantara de golpe

-Discúlpenme, no tengo hambre. Si me lo permiten, iré a mi habitación- respondió para retirarse y dejar a ambas extrañadas por su comportamiento repentino

Anastasia se arregló para dormir, se encontraba frente a la peinadora, cepillando su larga cabellera roja. Mientras se miraba al espejo se le vino en mente el rostro de Ella empapado por la lluvia en el frente de la mansión, su llanto y el pánico que la invadía en ese momento al ver cómo era arrastrada por los soldados. Se notaba que le dolía demasiado, ella no había hecho nada malo con desear otro estilo de vida. Sacudió su cabeza para espantar aquella escena de su mente y concentrarse en su cabello. Se recostó en la cama, mientras la inquietud la invadía

Cerró sus ojos y volvió a observar aquel beso en medio de la lluvia que Ella y el joven desconocido para Anastasia se daban, podía observar la pasión y el amor que se tenían mutuamente, se necesitaban entre sí, luego ver cómo eran separados por los soldados, la desesperación, angustia, pánico y dolor reinó en ellos a medida que fueron llevados por aparte. Eso era algo que nunca podría olvidar, tal vez su madre tenía razón y el amor nunca traería la vida que necesitaban o que merecían, pero aquella felicidad que había visto entre ellos dos ante aquel beso la confundía, era como si no les importase el mundo, como si todas esas historias que había leído se volvieran realidad.

Abrió sus ojos y notó como lágrimas silenciosas mojaban su rostro, le había agarrado afecto a Ella sin ni siquiera saberlo, la doncella era amable con ellas a pesar de que no lo merecieran, siempre la ayudó cuando más la necesitó, era una buena amiga, no merecía vivir de esa manera y mucho menos que se la llevaran como lo hicieron. Lentamente se quedó dormida, con esta escena en mente, no podía borrarse tal acto de su mente, hubiese deseado escuchar lo que decían pero sería peor para que Anastasia conciliara el sueño.

Ella y Abdías era llevados en un carruaje en forma de jaula, ambos despertaron del golpe que les habían dado, el cuerpo les dolía fuertemente, a tal grado que un mínimo movimiento provocaba que su cuerpo crujiera mientras un dolor infernal los abarrotaba. Observaron a su alrededor y se dieron cuenta que cada uno estaba completamente solo dentro de aquella jaula, los habían separado, esto podía acarrear mayores problemas a sus vidas. No tenían ni la menor idea a donde eran llevados, la lluvia se había convertido en una tormenta y el agua que se escapaba por los agujeros del techo los empapaba, provocando que el suelo se mojar y un terrible olor a sangre podrida se levantara dentro de la jaula.

Al llegar los introdujeron en una nueva prisión, más grande, con el suelo de tierra, barrotes de hierro oxidado y apenas una lámpara que daba poca luz.

A ambos los lanzaron dentro sin cuidado provocando que se quejaran del terrible dolor. Abdías trató de levantarse cuando Ella pasó por su mente, por lo que ignoró el dolor y se apresuró a llegar a los barrotes justo cuando los cerraron frente a su rostro

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