Capítulo 4: › La respuesta del ángel y el niño de ojos azabaches .

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Capítulo 4: › La respuesta del ángel y el niño de ojos azabaches.

Miguel pestañea seguidamente tratando de asimilar, ¿acaso lo que había salido de la boca de Rubén, fue la palabra 'cita', esas de cuando salen dos personas a comunicarse con profundidad, donde al final termina con sucesos románticos y un beso de adiós? Posiblemente.

Traga saliva y siente cuajarse, lo observa a los ojos y una pequeña batalla donde azabache con obsceno se une volviendo el ambiente tan tenso, pero no en el mal sentido sino en uno bueno, si es que lo hay.

- ¿Una cita? - se pregunta a si mismo analizando la palabra que se ausculta muy bien en sus labios- ¿Conmigo? - Rubén asiente.

- ¿Ves otro chico con cara bonita cerca? - para Miguel es inevitable no sonrojarse y bajar la mirada avergonzado. Le ha dicho que es bonito y eso hace acelerar el corazón de Mangel con una fuerza nada normal - Solo dime cuando puedes, pero espera... ¿Entonces es un sí? - el rojo de sus mejillas se intensifican y este solo opta por bajar la mirada y asentir.

- El martes, es mi día libre. -

- El martes, será. -

Lana suspira mirando a los dos seres, Miguel con tanta ingenuidad y Rubén con tanta viveza - Ten cuidado Mangel, no sabes dónde te estas metiendo- piensa la castaña, quien conoce todos los íntimos secretos de aquel chico que parecía corriente, pero con un destino marcado.

*

Después de estar varias horas en casa de su amiga, Miguel tiene que marcharse a lo que Rubén se ofrece para acompañarlo, este acepta sin rodeos, por otra parte, Lana moría de furor, Rubén tenía algún propósito con el moreno y ella tenía que prohibirlo antes de que saliera leso como Alex o incluso peor si se pudiera.

Cuando deja al moreno en su respectivo hogar, retorna el camino, pero todo es desemejante. Puede sentir aquella vibra de la mañana, esa que indicaba que había alguien detestable, aunque no tanto como él.

Sigue su rumbo a donde su alma le indica que vaya, encontrándose con su nuevo botín de la noche.

Él estaba allí y no se salvaría.

Esperó horas tras horas hasta que aquel hombre salió del bar, su aspecto era repugnante y no se podía mantener en pie por varios minutos puesto la borrachera consumía su alma y su cuerpo.

Rubén esfumado en la oscuridad lo observa con satisfacción, estaba débil y podía atacar con más facilidad.

El hombre estaba destinado a partir del abismo terrenal y Rubén lo sabía.

El hombre sube a su camión y al segundo arranca fuera del estacionamiento directo a las vías oscura, mientras más oscuridad era mucho mejor para Rubén quien desde su puesto sonreía con perversidad y algo de gusto. Acabar con la vida de un inocente estaba bien, pero para Rubén acabar con la vida de alguien que se lo buscó, era mucho mejor.

La emisora con aquella música que el hombre estaba entonando a todo pulmón sonaba, cantaba con potencia y es que se sentía feliz por causa la embriaguez.

La avenida oscura estaba y solo se podía ver hasta donde los focos del auto daban, la vista del mastodonte estaba fija en la carretera y como acto insólito una efigie se cruzó en medio haciendo que el hombre frenara de golpe, el camión da vueltas en sí hasta caer con el hombre dentro de él, su cabeza se golpea con el cristal haciendo que quede inconsciente de inmediato, su sangre brotaba al igual que la gasolina del vehículo.

Y era evidente, el camión hizo un gran estallido con el hombre dentro de él, la llama consume al hombre quedando completamente incinerado.

Rubén miraba la escena como si se trataba de una película, sus ojos desconocidos en ese azabache potente tétrico se convierten con lentitud en ese verde peculiar que todos han visto alguna vez.

Él fue la efigie que se cruzó, él fue quien creó la llama, él fue quien liquidó al hombre quien lastimó al hermoso ángel.

*

- Cariño, ¿Por qué no sales a jugar a fuera un rato? - Rosalina acaricia el cabello rubio del pequeño, quien observaba por la ventana a los niños jugar agradablemente.

Él negó ante la propuesta de su madre y esta asintió- ¿Qué te parece si hacemos unas ricas galletas de esas que te gustan mucho? - alzó la mirada y afirmó, el pequeño amaba las galletas de Rosalina. La madre del pequeño sonrió y besó la frente del rubio.

Ambos caminaron hasta la cocina, la mujer saca de allí todo lo que cree necesario para hacer de esas galletas que tanto le gusta a su pequeño.

La puerta sonó indicando que alguien había llegado, esta se aproxima a ir, pero antes acarició el cabello de su hijo.

- Marcus, ¿Qué haces aquí? - en su voz reflejaba temor.

- Hola, Rosalina. He venido a ver al pequeño ¿Me permites entrar? - ella asintió y dejó entrar al hombre alto con sus ojos añil como el cielo.

Marcus entró a la cocina y allí miró al niño, sonrió y aclaró su garganta para que este volteara.

- Tío Marcus. - el jovencito corrió hacia él y lo abrazó, el hombre lo carga entre sus brazos para besar la mejilla de su sobrino.

- Cómo has crecido - observó sus ojos verdes y sonrió-, tus ojos se han cambiado-

-Marcus. -advirtió Rosalina.

- ¿Te ha dolido? - siguió examinando, ignorando a la mujer.

- ¡Marcus! -repitió más fuerte.

-No, de hecho, cuando me enojo vuelven. -

- ¡Santos cielos, Marcus! -grita molesta- Ve a tu habitación. -se dirigió al pequeño, quien agachó la cabeza humillado. Marcus lo baja de sus brazos y el niño camina triste hacia el lugar dicho.

- ¿Por qué haces esto? - dice con un hilo de voz.

- ¿Por qué te empeñas en esconderlo? - camina hacia la sala mientras habla con la rubia mujer - ¿Por qué te avergüenzas de lo que somos? ¿Por qué no admites lo que es? - Rosalina oprime sus puños.

- ¡Porque no quiero que sufra! -una lágrima se escapada-. ¿Recuerdas cómo nos trataban de pequeños? - él suspiró y giró su cabeza hacia la lumbrera. - Siempre quise ser normal. -

- ¡Eres normal! -la observó.

-He aprendido a hacerlo. -

El pequeño rubio atendía toda la plática tras la puerta de su habitación, en ese momento se sentía enfadado por no ser como los otros niños. Caminó hacia el espejo y pudo ver él mismo como sus ojos se tornaron en un negro hondo. Una lágrima de aborrecimiento salió, luego otra, y después otra. Tenía tanta ira que quería aliviar.

Gritó. Gritó lo más fuerte posible, haciendo que las luces de la casa se encendieran y apagaran una y otra vez.

Miguel se despierta de golpe por el insólito sueño que ha tenido, su respiración era pesada, tantea en busca de sus gafas y las coloca sintiéndose muy extraño, fija su vista a toda su habitación y lo primero que capta su atención es la lumbrera, la cual está abierta y el hace memoria de haberla cerrado antes de irse a la cama, frunce su entrecejo y se levanta. Da una rápida mirada y la calle está sola y algo oscura ya que las luces de los focos no son lo suficientemente fuertes, se ve tan tenebroso de algún modo que cierra la ventana y pasa seguro como recordaba que hizo antes de dormir y soñar. Vuelve a su cama y vaga en el sueño, jamás había tenido sueños tan escalofriantes




Dedicado a cada lector de esta historia.

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