4: Curiosidad

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Claire

Quito la humedad de mi cabello con el secador de pelo y camino hasta el lavabo. Bajo mi vista, observo el decolorante y la tintura allí. Vuelvo a levantarla y froto mi mano contra el espejo para borrar lo que el vapor no me deja ver.

Mi reflejo.

Mi cabello negro como la noche ahora es rubio, lo toco y me observo detenidamente. Me veo diferente, pero soy yo. Miro mi cuerpo desnudo luego de ducharme y visualizo lo que pronto serán horribles cicatrices.

Este cuerpo ya no sirve para absolutamente nada.

Camino, agarrando la toalla, me cubro y voy hasta la puerta. Al salir me cruzo con los ojos del policía amable y se sobresalta.

―Te conseguí ropa ―dice evitando mirarme, parece avergonzado―. Hubieras esperado a que te la alcance. ―La alza y la agarro.

Sonrío.

―Gracias, eres muy amable, nunca conocí a alguien como tú.

―No es nada, es mi trabajo ―repite algo parecido a lo de ayer y camina hacia la cocina, que está a un lado de este pequeño living. Lo sigo y él vuelve a observarme―. ¿Qué? ¿No es tu talla? ¿Me equivoqué? ―Se ríe―. Soy malísimo en esas cosas. ―Niego con la cabeza e intenta una pregunta―. ¿Entonces...?

―Nada, solo tengo curiosidad.

―¿Curiosidad? ―Levanta una ceja.

―Todos los hombres con que he estado han sido clientes o mafiosos, nunca he estado tanto tiempo con alguien normal, es diferente, me hace sentir extraña ―expreso lo que opino con total libertad―. ¿Cómo debería comportarme? ―pregunto confundida.

―No sé, eso tienes que decidirlo tú, pero si quieres mi consejo, no estés semidesnuda en la casa. ―Hace una pausa―. Me incomoda, y si mi hermano aparece, todavía más, no quiero que piense cualquier cosa. Debo dar un buen ejemplo, incluso aunque él sea un diablillo. ―Se ríe.

―¿Y dónde está? ―Miro a un lado y otro―. No lo vi ayer tampoco. ―Pongo cara de preocupación―. No le habrá pasado algo, ¿no?

―A Jeremías le gusta hacerse el niño grande y aparece cuando quiere. Ni aunque lo reprenda me hará caso. ―Suspira―. Pero por suerte, sé que está con su novia, su familia es educada y siempre me mantienen al tanto ―expresa relajado―. Por suerte. ―Sonríe―. Porque si no... ―Se ríe.

―Ya veo, bueno. ―Muevo las prendas en mi mano―. Iré a vestirme.

―Sí, por favor. ―Me sonríe otra vez y veo como comienza a sacar ingredientes para ponerse a cocinar.

Vuelvo al baño y comienzo a ponerme la lencería, luego el vestido. Sonrío al mirarme al espejo, me queda a la perfección, no se ha equivocado como él decía. Es una ropa muy simple, pero me hace sentir normal. No parece costosa, como las prendas que me regalaba Jayce, ni tampoco es atrevida, como la vestimenta que usaba en el prostíbulo.

Es diferente de una manera bonita, reconfortante.

Una vez termino, salgo del baño y voy directo a su encuentro, nuevamente. Está apoyando los platos en la mesa, me le acerco y le sonrío.

―¿Qué te parece? ―Muevo el vestido y pido su opinión.

―¿Eh? Bien.

Okey, ¿eso es todo? Quizás estoy impresentable, aunque no se notan tanto mis heridas con este atuendo.

―Esperaba un bonito, al menos ―expreso en voz baja. Más para mí que para decírselo a él. Aunque me escuchó.

―Lo siento. ―Se ríe―. No soy bueno con los halagos.

Me río también.

―Se nota y... ―Lo analizo―. ¿Tienes novia? Digo, por si malentiende la situación.

―No, aunque no hay nada que malentender.

―Mm, supongo que no. ―Me mantengo seria y lo observo mientras noto como prepara la comida―. ¿Quieres que te ayude? ―Me estoy sintiendo inútil.

―No, está bien, ya termino. ―Agrega unas cosas y sirve la comida―. Siéntate ―ofrece, lo hago y él también.

El silencio incómodo de un almuerzo, no sabía que era tan estresante.

―Sigo pensando que no sé qué hacer en esta situación ―acoto.

―Pues si me dejaras, iríamos a la comisaria, entrarías en algún programa de reinserción a la sociedad y no estarías pasando por esto ―me aclara y yo frunzo el ceño―. No te enojes, es la verdad.

―No puedo, Cross fue claro y además...

Jayce iría a la cárcel por mi culpa.

―¿Y además...? ―intenta que siga la frase.

―Nada, olvídalo. ¿Acaso no sabes quién es Cross? ―pruebo volver al tema anterior―. Es uno de los mafiosos más adinerados y peligrosos, no deberías contradecirlo.

―Estás a favor de tu agresor, ¿síndrome de Estocolmo? ―expresa frustrado.

―¡No! ―grito―. Cross me repugna, me cae mal. ¡Odio a todos los mafiosos! ―Me siento frustrada―. Es solo que...

―¿Le tienes miedo? ―intenta adivinar.

―No, es el único que sabe de mi pasado, eso es todo. ―Hago una pausa para reflexionar―. Aunque nunca me interesé en eso, creo que debería empezar. ―Siento mis mejillas arder―. No pienso que lo único en la vida que debería saber es tener sexo, no lo veo productivo. Quiero cambiar mi forma de ver el mundo. ―Levanto la vista y lo miro directo a los ojos―. ¿Puedes ayudarme?

―Si no me queda de otra. ―Bufa―. Pero necesito todos los detalles. ¿Qué es eso de tu pasado?

Sonrío.

―Déjame que te cuente una pequeña historia. 

Perversa Oscuridad: Claridad [#7]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora