Capítulo VI

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Capítulo VI.

«Una mujer debe tener un conocimiento profundo de música, canto, dibujo, baile y lenguas modernas. Y además de todo debe poseer un algo especial en su aire y en su manera de andar, en el tono de su voz, en su trato y modo de expresarse; pues de lo contrario no merecería el calificativo más que a medias»

(Orgullo y Prejuicio)

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Hermione amaba los sábados.

A pesar de no tener que asistir a clases, el sábado era su día predilecto, pues le brindaba el espacio suficiente para prepararse para la siguiente semana, adelantando lecturas obligadas, estudiando sus lecciones (con bastante antelación) o simplemente porque le ofrecía la maravillosa oportunidad de poder disfrutar de la calidez de su sala común, acompañada de un buen libro, una taza de chocolate caliente y el crepitar de las llamas.

Muchos de sus compañeros la acusaban de ser una especie de aburrida bibliotecaria por preferir mil veces el olor de las páginas de los libros al aroma del aire libre, pero nadie podía culparla por sentirse como en casa cada vez que podía navegar en los maravillosos universos que le regalaba la lectura.

Por esa razón amaba los sábados.

Porque eran el día perfecto para dedicarse tiempo a sí misma. Y sin embargo, hasta los mejores días podían verse empañados por la compañía y los planes de otros, en los cuales a veces se termina inmerso por motivos de fuerza mayor.

La caravana que partía hacia Hogsmeade estaba citada a las diez en punto en la recepción del castillo. Dumbledore había decidido organizar aquella excursión con la excusa de hacer más amena la estadía de los visitantes de Hogwarts. Porque sí, los directores de las tres escuelas se habían puesto de acuerdo y los estudiantes que llegaron para el evento ahora pasarían el resto del torneo alojados en el castillo e incluso compartirían clases con los alumnos de Hogwarts.

Aquello había conseguido que Hermione no solo se aguara la fiesta por tener que verlos todos los días, sino que también se lamentara de su suerte al recordar que ni siquiera el fin de semana estaría libre de ellos, pues había terminado quedando para pasar el sábado nada más y nada menos que con la «súper estrella del quidditch» y su admiradora número uno.

«Todo esto es por Luna» se repetía mentalmente cada vez que imaginaba las miradas envenenadas que Pansy le dedicaría durante el trayecto. Eso sin contar con todos los contratiempos que no pudieron escoger otro día para ocurrirle.

El entusiasmo (inexistente) ante aquel plan hizo que por primera vez en su vida se levantara un poco tarde, reduciendo considerablemente su tiempo para tratar de acomodarse el cabello de una manera decente antes de salir —y no darle a Pansy Nott una excusa más para molestarla—, además de que le regaló un desayuno en la espléndida compañía de Harry Potter, quien era por poco el chico más charlatán y aburrido de toda la escuela.

Hacía frio y aun así las gotas de sudor corrían por su frente dado el afán con el que salió hacia el Gran Comedor. Al entrar en el lugar pudo percatarse de que estaba casi vacío, excepto por algunos alumnos de Ravenclaw y cierto chico de cabello negro, ojos verdes y gafas redondas que era el único ocupante de la mesa de Gryffindor. Hermione habría podido pasar de él si no se le hubiera ocurrido la grandiosa idea de volver su mirada a la mesa para hallarlo invitándola a acompañarlo, por lo cual no tuvo más remedio que ir a sentarse a su lado.

Pride, prejudice and a little magicDonde viven las historias. Descúbrelo ahora