Eva no podía creerse que ya llevara un mes en el instituto.
Se había acostumbrado a la rutina de Primaria, pero allí era todo muy distinto. Profesores nuevos, clases nuevas, horarios nuevos... Todo diferente y, sin embargo, Eva se había sorprendido al descubrir que el cambio le agradaba. Era como si sintiera nostalgia de haber abandonado Primaria pero, aún así, hubiera descubierto que Secundaria era lo que siempre había deseado.
Nunca lo hubiera imaginado.
Aquel día fue como cualquier otro dentro de su ya rutina. Se levantó, se vistió, desayunó y su familia la acompañó al colegio. Eric y ella se bajaron en la puerta del centro y se despidieron de Jack. Sin embargo, tenía la sensación de que algo era distinto.
-¡Eva!- saludó una niña cuando cruzó la verja.
Por supuesto, también tenía nuevos compañeros. Había hecho un par de amigos, pero Blanca y ella se habían llevado bien desde el primer instante, y Eva sentía que estaba en el principio de una gran amistad.
Entraron a clase juntas y se sentaron en el pupitre que compartían. Las clases duraban alrededor de cincuenta minutos, pero a Eva se le hacían eternas. En la tercera clase, justo antes de salir al patio, se encontró realmente mal.
El estómago le rugía y sufría dolores de tripa y de cabeza. Tenía mucho frío, mucho frío; eso nunca le había molestado.
-¿Estás bien, Eva?- preguntó Blanca, cuando iban ya a salir al exterior para el descanso.
-Luego te veo- masculló.
Entró en el baño y cerró la puerta con pestillo. Los dolores se le volvieron tan intensos que tuvo que ahogar un grito. Apoyo las manos a ambos lados del lavabo y se miró en el espejo que tenía enfrente.
Casi se cayó del susto.
Su cara estaba diferente. Tenía una mejilla de color azul y la otra de color negro. Se pasó la mano por ambas y se encontró con un tejido rugoso, parecido a la piel de los peces: escamas.
-¿Cómo...?
Retrocedió sin dejar de mirar al espejo, hasta que palpó con las manos y la espalda la pared. Los lugares del lavabo donde había puesto las manos estaban congelados; pero ella no se había dado cuenta.
Suspiró e inspiró hondo. Sopesó sus opciones; ya se preocuparía por la realidad de la situación más tarde. No podía salir así. Si ni ella misma sabía lo que tenía, los demás tampoco. Querrían llevarla a un hospital, pero ella no quería que tantas personas la agobiaran. Podría envolverse la cara con algo y decir que no se encontraba bien; en cuanto saliera del colegio, podría ir a casa. Podía confiar en sus padres.
Sobre todo en Christian.
Erik se levantó aquella mañana con la perspectiva de que iba a ser un día feliz.
No sabía por qué, pero sentía que un extraño cosquilleo le recorría el cuerpo; era agradable. Tras despedirse de su familia y entrar en clase, se sentó en su pupitre, en medio de varios de sus compañeros (y mejores amigos). Los profesores se mostraron agradables con él esa mañana y aquel cosquilleo siguió allí, sin que le molestara, aunque sin poder olvidarse de él, sin poder dejar de pensar en que algo iba mal.
Antes de que hubiera un descanso para tomar el almuerzo, aquel cosquilleo se extendió por todo su cuerpo. Estaba en Educación Física, corriendo diez vueltas al campo. Erik se mantenía en buenísima forma física, y siempre iba de los primeros cuando corrían. Esta vez iba el quinto, por detrás de unos cuantos chicos a los que podría adelantar fácilmente. Entonces, empezó el cosquilleo. La adrenalina le recorrió todo el cuerpo y, antes de darse cuenta, estaba corriendo a máxima velocidad y acababa de doblar al último alumno.
Una parte de él quiso resistirse, quiso parar, pero otra simplemente tomó su control: quería ganar la carrera, es más, quería acabar antes de que los demás pudieran haberse siquiera cansado. Jadeando, recorrió el campo como una bala, como si por sus venas corriera fuego en vez de sangre y él debiera liberarlo.
Acabó la décima vuelta antes de que sus compañeros llegaran a la quinta.
-¡Erik!- su profesor parecía a punto de salírsele el corazón; sus ojos estaban desorbitados. Le miró de arriba a abajo y suspiró-. Ve a refrescarte un poco. Esta ha sido la última actividad por hoy.
Complacido, el chico abandonó el campo exterior y se internó en los vestuarios, donde se dio una ducha fría. El agua le caía por el cuerpo, pero no le refrescaba. La cabeza le ardía, sentía que el cuerpo iba a explotarle. Ahí fuera, corriendo, se había sentido..., era absurdo: se había sentido como si pudiera volar, en ese instante, como si pudiera desplegar sus brazos y abandonar el suelo, para desatar toda la adrenalina que había sentido súbitamente.
De repente, se dio cuenta de que la ducha seguía funcionando, aunque el agua no le tocaba. Nada más entrar en contacto con su piel, el agua se estaba evaporando.
Erik apagó la ducha y se envolvió con la toalla. Posó su mano en su frente y la apartó, aterrado. Estaba ardiendo. Su piel estaba ardiendo y, sin embargo, él seguía vivo. Estar a tanta temperatura no debería haber sido posible.
"Tengo que volver a casa." pensó "Papá sabrá qué hacer."
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Memorias de Idhún: Hexágono
FanfictionErik y Eva han crecido en la Tierra, de espaldas a su verdadero mundo. Sus padres no les han revelado nada y ellos no sospechan, hasta que en la adolescencia, se empiezan a mostrar en ellos poderes y experiencias que exigirán la vuelta a Idhún...