Capítulo 25: Frustración

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Eva estaba en su cabaña, medio dormida. Escuchaba el sonido de la naturaleza en el exterior, el susurro de los animales, el suave movimiento del agua junto al río... Era como si se estuviera balanceando entre la consciencia y los sueños, ese momento en el que todo era borroso y confuso.

Por eso, cuando alguien entró en su tienda, no supo si era parte del delirio o de la realidad.

No esperaba realmente a nadie. Habían llegado desde Nandelt hacía solo un día, y Lune no había dormido gran cosa; realmente, casi nada desde haber llegado con los prisioneros lo más rápido que habían podido, tras haber viajado durante pocos días. Le había supuesto esfuerzo controlar a los prisioneros todo ese tiempo, pero Elodie había aparecido a mitad de camino, les había interceptado y había ayudado a Eva.

Aun así, se sentía como si no hubiera dormido en años. El cansancio se había adherido a sus huesos cual sombra, y no podía librarse de él. Estaba en su mente, en sus músculos, y en su corazón. Le había dado a Elodie todos los detalles del éxito de la operación por el camino, así que, al llegar, tampoco había tenido que hacer gran cosa. La mujer había dicho que se encargaría personalmente de los prisioneros, y Eva solo podía esperar a dar el siguiente paso. Pero las cosas parecían tan irreales, tan distantes, que a veces lo único que podía hacer era clavarse las uñas en las palmas de las manos y aguantar.

Tomaba aire.

Ahora mismo, como no reconoció al intruso, obligó a su mente a salir de ese estado de embriaguez de sueño. Dobló la pierna silenciosamente y palpó la empuñadura del cuchillo que guardaba en su calcetín. Lo sacó y, antes de que la silueta pudiera dar un paso más, saltó de la cama y se lo puso en el cuello. Todo estaba casi oscuro, pero se sentía bastante segura de haber colocado el arma justamente en la arteria carótida.

-Te agradecería que me soltaras- murmuró Aedion, colocando sus familiares palmas de las manos en los brazos de Eva-. Por favor.

La chica bajó el cuchillo y volvió a guardarlo en su sitio. Se sentía doblemente extrañada: ¿por qué estaba él allí, y por qué no le había reconocido? A menudo sentía que podría identificarle en cualquier parte, como si fuera una cuenta de un collar que tenía entre las manos.

-¿Qué haces aquí?- protestó, frotándose los ojos. Su tono de voz salió un poco más rudo de lo que había previsto.

Él devolvió sus manos a los bolsillos de su pantalón y encogió los hombros. La familiaridad del gesto- de su olor, su pelo negro y sus palabras- chocaron contra Eva, la hicieron echarse hacia atrás súbitamente. Hacía tanto que no le veía..., que el mínimo rastro de "Aedion" hacía que su corazón se encogiera. Le había echado tanto de menos, y no le había visto desde el día en que casi se quemó. Le costaba tanto creer que estaba allí, sano y salvo, hablando con ella...

-Había venido para hablar- contestó él, y Lune recordó que probablemente seguía enfadado-. Pero si quieres me voy.

La impersonalidad con la que se dirigió a ella provocó que sus venas se volvieran de acero. Aquello dolía. "Por favor, no me hagas esto", pensó. Se clavó las uñas en las palmas de las manos.

-Dame un abrazo- replicó sin pensar, y se lanzó hacia él con la brutalidad de una tormenta.

El chico abrió sus brazos y la acogió entre ellos, mientras Eva acomodaba su cabeza en su pecho. "Por favor, no me dejes".

-He oído que la operación fue bien- dijo Aedion, sin romper el abrazo. Sus palabras se tornaron cálidas.

-Sí. Me hubiera gustado que hubieras estado ahí.

Memorias de Idhún: HexágonoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora