Capítulo 13

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- ¿Quién?- preguntó ella con tono burlón.

- Alguien- respondió Sting irritado- No lo sé... En algún lugar tal vez haya un registro de todas las porquerías que hay aquí.

Lucy pareció no escuchar lo que había dicho Sting. Permaneció en silencio, como una estatua, apretando la foto contra su pecho.

- Por favor, Lucy, déjala donde estaba. Pertenece aquí con las demás- insistió Nat- Por favor...

No podía creer que estaba discutiendo con una de las chicas más sexys que había conocido.

"Solo deja que se la lleve, Nat. Quieres caerle bien." Le decía su mente

Pero su necesidad de decirlo era más fuerte.

La mirada de Lucy parecía casi tan vacía como la de la niña de la fotografía. Entonces se estremeció y parpadeó. Con cuidado, casi con cariño, volvió a poner la fotografía en la pared. La acarició una última vez y dijo...

- Pobre pajarito. Me pregunto si habrá podido escapar de su jaula alguna vez.

Cuando la foto estuvo de nuevo en su lugar, Nat experimentó una sensación de alivio. No podía explicar exactamente por qué.

- Vamos —dijo Lucy-. Regresemos. Ya fue suficiente.

Era todo lo que necesitaban. Salieron de la vieja oficina casi corriendo y Nat se sintió feliz de cerrar la puerta tras ellos.

- Oigan... el candado- dijo Sting, cuando llegaron a las máquinas expendedoras.

- No te preocupes, ya me encargué de eso- dijo Nat, sin poder esperar para alejarse.

- ¿Estás seguro?

Sin esperar respuesta, Sting se volvió para asegurarse. El candado seguía colgado donde él lo había dejado.

- Ups, lo siento- dijo Nat, con una risa nerviosa.

Realmente podría haber jurado que lo había cerrado. Pero la verdad era que su memoria solía jugarle malas pasadas

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Para cuando llegó a su habitación, Nat estaba sucio y exhausto. Abrió la puerta con cuidado para no despertar a Leo, pero en cuanto dio un paso hacia el interior, el frío lo paralizó.

Esta no es mi habitación.

Nat parpadeó, desorientado. Parecía una especie de celda, con pisos y paredes de piedra gris. En medio del lugar había una mesa de operaciones cubierta con una delgada sábana blanca. En la esquina más cercana había un desagüe; Nat solo podía adivinar su función.

Había una pequeña ventana cubierta con barrotes de metal entrecruzados, en la parte superior de la pared que estaba al otro extremo del cuarto.

Pero lo más inquietante era el par de grilletes empotrados en la pared de la izquierda. Al principio, Nat creyó que estaban oxidados, pero mirándolos mejor, vio que las manchas oscuras de color rojo estaban demasiado húmedas como para ser óxido.

¿Por qué conozco esta habitación?

Nat cerró rápidamente la puerta y comenzó a frotarse los brazos para entrar en calor.

Intentó buscar una explicación racional para lo que acababa de suceder.

¿Habría abierto la puerta equivocada por error?

Eso lo explicaría. Estaba sumamente cansado; debió tomar el camino equivocado y terminó en otro lugar.

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