~>16<~

660 69 2
                                    

Busco su imagen; y ahora que reflexiono sobre él recuerdo que permanecía siempre allí y que yo me daba cuenta de ello. Lo veo ir al colegio, solo o entre algunos alumnos mayores; y lo veo extraño, solitario y silencioso, caminando entre ellos como un astro, rodeado de su atmósfera propia, viviendo según sus propias leyes. Nadie le quería. Nadie tenía trato íntimo con él, excepto su madre; y tampoco ella parecía tratarle como a un niño sino como a un adulto. Los profesores procuraban dejarle tranquilo. Era un buen alumno, pero no intentaba gustar a nadie; y de vez en cuando oíamos algún rumor sobre una respuesta, un comentario o una réplica que había dado a algún profesor, en un tono difícilmente superable por su áspera provocación y su ironía. Cierro los ojos y me parece ver su imagen. ¿Dónde fue? Sí, ahora vuelvo a recordar. Fue en la calle, frente a nuestra casa. Le vi allí un día, con un bloc en la mano, dibujando. Estaba copiando el viejo escudo con el pájaro tallado que campeaba sobre el portal de nuestra casa. Yo me encontraba en la ventana, escondido detrás de la cortina y le observaba. Con profundo asombro vi su rostro atento, distante y despejado, vuelto hacia el escudo. Era el rostro de un investigador o de un artista, inteligente y lleno de voluntad, extrañamente despejado y distante, con ojos llenos de experiencia. De nuevo lo veo. Fue un poco más tarde, en la calle; estábamos a la salida del colegio, agrupados en torno a un caballo caído. El caballo, aún enganchado a su carro, yacía resoplando angustiada y lastimeramente por los ollares dilatados y sangrando de una herida invisible, mientras el polvo blanco de la carretera se iba tiñendo lentamente de oscuro. Cuando aparté los ojos de aquel espectáculo, con una sensación de malestar, vi el rostro de Demian. No se había acercado; se mantenía en segundo término, con aquel aire de siempre, tranquilo y elegante. Su mirada estaba fija en la cabeza del caballo y tenía de nuevo una atención profunda y silenciosa, casi fanática pero desapasionada. No pude apartar los ojos de él y sentí entonces, lejos, en el subconsciente, algo muy especial. Observé el rostro de Demian y descubrí no sólo que no tenía cara de niño, sino que su rostro era el de un hombre; y aún más, me pareció ver o sentir que tampoco era la cara de un hombre, sino algo distinto. Era como si en aquel rostro hubiera algo femenino. Durante un instante no me pareció ni masculino, ni infantil, ni viejo, ni joven, sino milenario, fuera del tiempo, marcado por otras edades diferentes a la que nosotros vivimos. Los animales suelen tener esa expresión, o los árboles, o las estrellas. Yo no lo sabía; aunque entonces no sentía exactamente lo que ahora puedo formular como adulto, sí sentía algo parecido. Quizás era guapo, no sé si me gustaba o me repelía; tampoco aquello estaba claro. Yo sólo veía una cosa. que era diferente a nosotros, como un animal, como un espíritu, o como una pintura. No sé bien cómo era; pero si que era distinto, inexplicablemente distinto a todos nosotros. Los recuerdos no me dan más datos; y probablemente éstos estén determinados en parte por impresiones posteriores. Pasaron varios años antes de que mi relación con él volviera a ser más estrecha. Demian no había recibido la confirmación en la Iglesia con los chicos de su curso, como lo hubiera exigido la tradición del colegio, y esto dio lugar automáticamente a rumores. Se empezó a decir que era judío, o más bien que era pagano; otros opinaban que tanto él como su madre carecían de toda religión o que pertenecían a una fabulosa y peligrosa secta. En relación con esto creo haber oído también que Demian vivía con su madre como con una amante. Lo más probable es que Demian hasta entonces hubiera crecido sin una determinada confesión y que aquello le hiciera temer dificultades en el futuro. En todo caso, su madre decidió que fuera confirmado, dos años más tarde que sus compa- ñeros; y así sucedió que durante unos meses fue mi compañero en la clase preparatoria para la confirmación. Durante algún tiempo me mantuve alejado de él por completo; no quería tener nada que ver con él. Lo encontraba rodeado de demasiadas habladurías y misterios, pero sobre todo me molestaba la sensación de compromiso hacia él que tenía desde la 19 historia de Kromer. Y precisamente entonces estaba yo muy ocupado con mis propios secretos. La clase preparatoria para la confirmación coincidió para mí con la aclaración definitiva de los problemas sexuales; y, a pesar de mi buena voluntad, mi interés por la enseñanza religiosa se veía muy mermado por este hecho. Los temas de que hablaba el pastor quedaban muy lejos de mí, en un mundo irreal, tranquilo y venerable: quizás eran muy bonitos e importantes, pero no eran nada actuales o interesantes; y aquellas otras cosas que me preocupaban lo eran precisamente en grado máximo. Esta situación hizo que creciera por un lado mi indiferencia hacia las clases y aumentara por otro mi interés por Max Demian. Algo parecía unirnos. Me voy a esforzar en seguir este hilo con la mayor exactitud. Que yo recuerde, la cosa empezó en una clase, muy temprano por la mañana, cuando la luz del aula aún estaba encendida. Nuestro profesor de religión hablaba de la historia de Caín y Abel. Yo no atendía, estaba adormilado y apenas escuchaba. Entonces el cura empezó a hablar en voz alta e insistente del estigma de Caín. En ese momento sentí una especie de contacto o llamada; y, levantando los ojos, vi a Demian que se volvía hacia mí desde las primeras filas de pupitres con una mirada penetrante y significativa, cuya expresión lo mismo podía ser burlona que grave. Me miró sólo un instante; y, de pronto, me fijé con toda atención en las palabras del párroco. Le oí hablar de Caín y del estigma sobre su frente, y tuve en lo más profundo la conciencia de que las cosas no eran como él las decía, que también se podían interpretar de otra manera y que era posible una crítica. En este momento se estableció de nuevo contacto entre Demian y yo. Y es curioso: apenas surgió en el alma aquella sensación de concordancia con él, se reflejó también, como por arte de magia, en el espacio. No sé silo consiguió él o si fue pura casualidad; yo entonces creía firmemente en las casualidades. A los pocos días, Demian había cambiado de sitio y vino a sentarse delante de mí durante las clases de religión. (Aún recuerdo con qué placer aspiraba yo, en el aire viciado de hospicio de aquella aula repleta, el perfume fresco y suave de jabón que exhalaba su nuca.) Y unos días después volvió a cambiar de lugar y se sentó junto a mí, y allí permaneció durante todo el invierno y la primavera.

DEMIAN - Hermann HesseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora