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Entonces apareció sobre el cielo una nube ligera y amarilla; se agolpó contra el muro de nubarrones grises; y en pocos momentos el viento formó con el amarillo y el azul una imagen, un gigantesco pájaro, que se despegaba del caos azul y desaparecía con amplios aletazos en el cielo.

En ese momento se desencadenó la tormenta y la lluvia cayó a torrentes mezclada con granizo.

Un trueno breve, inverosímil y terrible, crepitó sobre el paisaje azotado; un poco más tarde volvió a romper el sol y sobre las cercanas montañas, más allá del bosque marrón, brilló mortecina e irreal la pálida nieve.

Cuando volví al cabo de unas horas a casa, mojado y despeinado, el mismo Demian me abrió la puerta. Me condujo a su habitación; en el laboratorio ardía una llama de gas; había papeles en desorden. Parecía haber trabajado.

-Siéntate -me invitó-, estarás cansado. Ha hecho un tiempo horrible. Se ve que has dado un buen paseo. Ahora traen el té.

-Hoy sucede algo -comenté vacilante-, no puede ser sólo la pequeña tormenta.

Me miró inquisitivamente:

- ¿Has visto algo?

-Sí. Vi durante un instante claramente una imagen en las nubes.

-¿Qué imagen?

-Era un pájaro.

-¿El gavilán? ¿Seguro? ¿El pájaro de los sueños?

-Sí. Era mi gavilán. Era amarillo y gigantesco y desapareció volando en el cielo azul.

Demian respiró hondamente. Llamaron a la puerta. La vieja criada trajo el té.

-Sírvete, Sinclair, por favor. No has visto el pájaro por casualidad, ¿verdad?

-¿Por casualidad? ¿Se ven acaso esas cosas por casualidad?

-No. Significa algo. ¿Sabes qué?

-No. Presiento que significa conmoción, un paso adelante en el destino. Creo que nos atañe a todos.

Demian paseaba agitado de un lado a otro.

-Un paso en el destino -exclamó-. Lo mismo he soñado yo esta noche; y mi madre tuvo ayer un presentimiento que le decía lo mismo.

>>Yo he soñado que subía por una escalera, a lo largo de un tronco o de una torre. Al llegar arriba vi el país en llamas; era una gran llanura con ciudades y pueblos. Aún no te lo puedo explicar del todo, no lo veo muy claro.

-¿Y ese sueño lo refieres a ti? -pregunté.

-¿A mí? Pues claro. Nadie sueña cosas que no se refieren a él. Pero no me atañe a mi solo, tienes razón. Yo distingo bien los sueños que me anuncian movimientos de mi alma y los otros, muy raros, en los que se presagia el destino de toda la humanidad.
He tenido pocas veces sueños de éstos, y nunca uno del que pudiera decir que ha sido una profecía y que se haya cumplido. Las interpretaciones son demasiado vagas. Pero de una cosa sí estoy seguro. He soñado algo que no sólo me atañe a mí. Porque es semejante a otros sueños antiguos que he tenido y de los que es continuación.

>>De éstos, Sinclair, brotan los presentimientos, de que ya te he hablado. Que nuestro mundo está corrupto, ya lo sabemos; esto no seria un motivo suficiente para profetizarle su destrucción o algo parecido. Pero desde hace varios años he tenido sueños de los que he sacado la conclusión o el presentimiento -o como quieras llamarlo- que me hacen intuir que se acerca la destrucción de un mundo viejo.

>>Primero fueron atisbos imprecisos y lejanos; pero cada vez se han ido haciendo más concisos y potentes. Aún no sé más que se avecina algo grande y terrible que me concierne. Sinclair, vamos a vivir lo que hemos discutido más de una vez. El mundo quiere renovarse. Huele a muerte.
No hay nada nuevo sin la muerte. Es más terrible de lo que yo había pensado.

Le miré aterrado.

-¿No me puedes contar el final de tu sueño? -pregunté tímidamente. Sacudió la cabeza.

-No.

La puerta se abrió y entró Frau Eva.

-¿Qué hacéis ahí? ¡No iréis a estar tristes! 

Tenía un aspecto fresco y nada fatigado.
Demian le sonrió y ella se acercó a nosotros como la madre a los niños asustados.

-Tristes, no, madre; sólo hemos meditado un poco sobre los nuevos signos. Pero no tienen que preocuparnos. Lo que tenga que venir, vendrá de pronto; y entonces sabremos lo que necesitamos saber.

Me sentía muy mal; y cuando me despedí y atravesé solo el salón, el perfume de los jacintos me pareció marchito, insípido y fúnebre. Una sombra se había cernido sobre nosotros.

DEMIAN - Hermann HesseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora