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Me dejó solo en el saloncito. Miré en torno mío y en seguida me sentí trasladado a mi sueño. Arriba, en la pared de madera oscura, sobre una puerta, colgado en un marco negro y protegido por un cristal un cuadro muy conocido para mí: el pájaro con la cabeza amarilla de gavilán, saliendo del cascarón del mundo.

Emocionado, permanecí inmóvil; sentí una extraña alegría mezclada con dolor, como si en ese momento todo lo que había hecho y vivido hasta ahora volviera a mí en forma de respuesta o consumación. Como un relámpago pasó ante mis ojos una multitud de imágenes: la casa paterna con el viejo escudo de piedra sobre el portal; Demian, aún un chiquillo, dibujando el escudo: yo mismo, también un niño, bajo la nefasta influencia de mi enemigo Kromer; yo de joven, en mi cuarto de colegial, dibujando en mi mesa el pájaro de mis sueños con el alma enredada en la red de sus propios hilos. Y todo lo vivido hasta este momento resonaba en mi interior, era aceptado, afirmado y aprobado.

Con los ojos llenos de lágrimas contemplé mi dibujo y me encontré leyendo en mi propia alma.

Bajé la mirada: bajo el dibujo del pájaro, en el marco de la puerta abierta había aparecido una mujer alta, vestida de oscuro. Era ella. No fui capaz de articular ni una palabra. La hermosa y respetable dama me sonrió con un rostro que, como el de su hijo, no tenía edad e irradiaba una viva voluntad. Su mirada era la máxima realización, su saludo significaba el retorno al hogar. En silencio le tendí las manos. Ella las tomó con manos firmes y cálidas.

-Usted es Sinclair. En seguida le he reconocido. ¡Bienvenido!

Su voz era grave y cálida. Yo la bebí como un vino dulce y, levantando los ojos, los dejé descansar en sus rasgos serenos, en los negros y profundos ojos, sobre la boca fresca y madura, sobre la frente aristocrática y despejada que llevaba el estigma.

-¡Qué dichoso soy! -le dije, y besé sus manos-. Me parece haber estado toda mi vida de viaje y llegar ahora a mi patria.

Ella sonrió maternal.

-A la patria nunca se llega -dijo amablemente-. Pero cuando los caminos amigos se cruzan, todo el universo parece por un momento la patria anhelada.

Expresaba así lo que yo había sentido en mi camino hacia ella. Su voz y también sus palabras eran muy parecidas a las de su hijo y, sin embargo, diferentes. Todo en ella era más maduro, más cálido y más natural. Pero lo mismo que Max nunca dio la impresión de ser un chico, tampoco ella parecía madre de un hijo mayor: tan joven y dulce era el resplandor de su rostro y de su pelo, tan tersa y lisa era su piel dorada, tan floreciente su boca. Se erguía ante mi más grandiosa que en mi sueño; y en su proximidad era la felicidad, su mirada el cumplimiento de todas las promesas. Esta era, pues, la nueva imagen en la que se mostraba mi destino; no severa o desoladora, sino madura y sensual.

No tomé ninguna decisión, no hice ninguna promesa; había llegado a la meta, a un mirador desde el que el camino se mostraba amplio y maravilloso, dirigido hacia países de promisión, sombreado por los árboles de la felicidad próxima, refrescado por cercanos jardines del placer. Ya podía sucederme lo que fuera; era feliz de saber que esta mujer existía en el mundo, feliz de beber su voz y respirar su proximidad. Que se convirtiera en madre, amada o diosa, no importaba, con tal de que existiera, con tal de que mi camino condujera cerca del suyo. Hizo un gesto hacia mi cuadro.

-Nunca le ha dado a nuestro Max una alegría mayor que cuando le envió este cuadro -dijo pensativa-. También a mi me alegró. Le esperábamos; y cuando llegó el cuadro, supimos que estaba ya de camino hacia nosotros.
Cuando usted era un niño, Sinclair, vino mi hijo un día del colegio y me dijo: hay un chico que lleva el estigma sobre la frente. Tiene que ser mi amigo. Era usted. No ha tenido un camino fácil, pero nosotros confiábamos en usted. Una vez, durante las vacaciones en casa, tuvo un encuentro con Max. Entonces tendría usted unos dieciséis años. Max me lo contó.

Yo la interrumpí:

-¡Oh! ¿Por qué se lo ha dicho a usted? ¡Yo pasaba entonces el peor momento de mi vida!

-Sí. Max me dijo: Sinclair tiene ahora que superar lo más difícil. Está intentando refugiarse en la masa; hasta se ha convertido en cliente asiduo de las tabernas. Pero no lo conseguirá. Su estigma está escondido pero arde en secreto. ¿No fue así?

-¡Oh, si! Así fue exactamente. Entonces encontré a Beatrice y por fin apareció un guía. Se llamaba Pistorius. Me di cuenta de por qué mi infancia había estado tan ligada a Max, de por qué no podía liberarme de él. Querida señora, querida madre, en aquellos días creí muchas veces que tenía que quitarme la vida. ¿Es el camino tan difícil para todos?

Me pasó la mano por el pelo, suavemente como el aire.

-Siempre es difícil nacer. Usted lo sabe; el pájaro tiene que luchar por salir del cascarón. Reflexione otra vez y pregúntese: ¿fue tan difícil el camino? ¿Fue sólo difícil? ¿No fue también hermoso? ¿Hubiera usted conocido uno más hermoso y más fácil?

Negué con la cabeza.

-Fue difícil -dije como en sueños-, fue difícil hasta que apareció el sueño.

Ella asintió y me miró intensamente. -Sí, hay que encontrar el sueño de cada uno, entonces el camino se hace fácil. Pero no hay ningún sueño eterno; a cada sueño le sustituye uno nuevo y no se debe intentar retener ninguno.

Me sobrecogí profundamente.

¿Era aquello un aviso? ¿Era ya una advertencia? Pero no me importaba; estaba dispuesto a dejarme conducir por ella y no preguntar por la meta.

-No sé -dije- lo que ha de durar mi sueño. Quisiera que fuera eterno. Bajo la imagen del pájaro me ha salido a recibir el destino, como una madre, como una amada. A él le pertenezco y a nadie mas.

-Mientras su sueño sea su destino, debe serle fiel -concluyó ella gravemente. Se apoderó de mí la tristeza y el deseo ardiente de morir en aquella hora mágica. Sentí brotar las lágrimas incontenibles y arrasadoras: ¡ cuánto tiempo hacía que no lloraba!

Bruscamente me aparté de ella, me acerqué a la ventana y miré con ojos ciegos por encima de las flores. A mi espalda oí su voz, tranquila y sin embargo tan llena de ternura, como un vaso de vino colmado hasta el borde.

-Sinclair, es usted un niño. Su destino le quiere. Un día le pertenecerá por completo, como usted lo sueña, si usted le es fiel.

Me había serenado y volví de nuevo el rostro hacia ella. Me tendió la mano.

-Tengo unos pocos amigos -dijo sonriendo-, muy pocos amigos íntimos que me llaman Frau Eva. Usted también me llamará así, si quiere.

Me condujo a la puerta, abrió e hizo un gesto hacia el jardín.

-Ahí encontrará a Max.

Bajo los altos árboles permanecí aturdido y emocionado, no sé si más despierto o más sumergido que nunca en mis sueños. La lluvia goteaba suavemente de las ramas. Entré lentamente en el jardín, que se extendía a lo largo de la orilla del río. Por fin encontré a Demian. Estaba en un pequeño cobertizo abierto, con el pecho descubierto, boxeando contra un saco de arena.

Me detuve asombrado.

Demian tenía un aspecto magnifico. El amplio pecho, la cabeza masculina y firme; los brazos levantados, con sus músculos tensos, eran fuertes y potentes; los movimientos surgían de la cintura, los hombros y los brazos como fuentes.

-¡Demian! -exclamé-. ¿Qué estás haciendo?

Él rió alegremente.

-Me estoy entrenando. He prometido al pequeño japonés una pelea, y él es ágil como los gatos y naturalmente tan astuto como ellos. Pero no podrá conmigo. Es una pequeña, muy pequeña, humillación que le debo. Se puso la camisa y la chaqueta.

-¿Has visto ya a mi madre? -Sí. Demian ¡qué madre más maravillosa tienes! ¡Frau Eva! El nombre le va perfectamente; ¡es como la madre de todas las criaturas!

Me miró un momento a la cara, muy pensativo.

-¿Ya conoces su nombre? Puedes estar orgulloso. Eres el primero a quien se lo ha dicho en el primer momento.

DEMIAN - Hermann HesseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora