Una noche paseaba yo por la ciudad barrida por el viento otoñal, escuchando cantar a los estudiantes en las tabernas. Por las ventanas abiertas salía en densas nubes el humo del tabaco, así como canciones ruidosas y rítmicas pero desangeladas y uniformes.
Parado en una esquina, escuchaba; en dos tabernas resonaba en la noche a un tiempo la alegría ensayada de la juventud. Por todas partes aquel compañerismo, aquellas pandillas sentadas en las tabernas, aquel eludir el destino, la evasión al calor del rebaño.
Dos hombres pasaron lentamente a mi espalda y oí un jirón de su conversación.
-¿Verdad que es igual que la cabaña de adolescentes en un pueblo de negros? Y todo igual, hasta los tatuajes, siguen de moda. ¿Ve usted?: esto es la joven Europa.
La voz me sonó conocida y como una singular advertencia. Seguí a los dos hombres por la calle oscura. Uno de ellos era japonés, pequeño y elegante. A la luz de la farola pude ver el brillo de su cara amarilla y sonriente. Volvió a hablar el otro.
-Bueno, tampoco en Japón, en su país, estarán mejor. Las gentes que no siguen a la manada son muy pocas en todas partes. Aquí también hay algunos.
Cada palabra me hizo estremecer de sobresalto gozoso. Conocía al hombre que hablaba. Era Demian. En el viento de la noche les seguí por las callejas oscuras, escuchando sus conversaciones y disfrutando del sonido de la voz de Demian. Tenía el antiguo sonido, la antigua y hermosa seguridad, la misma tranquilidad; y seguía teniendo poder sobre mí.
Ahora todo marchaba bien.
Le había encontrado.
Al final de una calle de las afueras, el japonés se despidió y abrió un portal. Demian volvió sobre sus pasos. Yo me había parado y le esperaba en medio de la calle. Con el corazón palpitante le vi venir a mi encuentro, erguido y elástico, con un impermeable oscuro y un bastón colgado del brazo. Llegó hasta mí sin alterar su caminar acompasado, se quitó el sombrero y mostró su rostro despejado tan familiar, con la boca decidida y aquella luz peculiar de su ancha frente.
-¡Demian! -exclamé. Me tendió la mano.
-¡Por fin, Sinclair! ¡Te esperaba!
-¿Sabías que estaba aquí?
-No, no lo sabia exactamente, pero te esperaba con toda seguridad. Hasta esta noche no te he visto; nos has venido siguiendo todo el tiempo.
-Entonces ¿me has reconocido inmediatamente?
-Naturalmente. Has cambiado, pero llevas la señal.
-¿La señal? ¿Qué señal?
-Antes lo llamábamos el estigma de Caín; supongo que lo recordarás. Es nuestro estigma. Tú siempre lo has llevado; por eso me hice tu amigo. Pero ahora se ha acentuado.
-No lo sabia. O si, silo sabía. Una vez dibujé un retrato tuyo, Demian, y me quedé asombrado porque se parecía también a mí. ¿Era eso el estigma?
-Sí, eso es el estigma. Me alegro de que estés por fin aquí. También mi madre se alegrará.
Me sobresalté.
-¿Tu madre? ¿Está contigo? Ella no me conoce.
-¡Oh!, sabe algo de ti. Te reconocerá aunque yo no le diga quién eres. Hace tiempo que no sabemos nada de ti.
-Quise escribir muchas veces, pero no podía. Desde hace un tiempo presentí que te iba a encontrar pronto. Lo esperaba cada día.
Me cogió del brazo y echó a andar a mi lado. La tranquilidad que emanaba de su persona fue inundándome lentamente.
Empezamos a charlar como antes. Recordamos la época del colegio, las clases de religión, y también aquel encuentro aciago durante las vacaciones; pero tampoco en esa ocasión hablamos del lazo más antiguo y estrecho que existía entre nosotros: la aventura con Franz Kromer.

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DEMIAN - Hermann Hesse
Casuale•HERMANN HESSE "Quería tan sólo intentar vivir lo que tendía a brotar espontáneamente de mí. ¿Por qué había de serme tan difícil? " ❗❌ Esta obra NO ME PERTENECE, el autor original es Hermann Hesse. La publique en esta app para la personas que no cue...