18. ''Roma y amenazada''

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Para Emma, estar en un lugar tan antiguo como Roma, provocaba que ella quisiera saltar del taxi y perderse en aquél lugar. Cuando rodearon el Coliseo, Emma supo que era lo primero que quería visitar el día de hoy. Era temprano y la suerte era que su hotel estaba cerca.

Justin pagó al hombre y entraron tomados de la mano al hotel. La estructura era de piedra con algunas plantas saliendo de ellas, el interior era de mármol color naranja, al fondo, había un lugar abierto con sillas, seguramente era el lugar del desayuno, comida y cena. Tomaron el pequeño ascensor y Justin presionó el último piso.

La habitación no era tan grande como la de Paris, pero aún así a Emma le encantó el estilo de ella. A diferencia de Paris, aquél cuarto solamente tenía una cama. ¿Pero qué mas daba? Ya habían dormido juntos estos últimos días, así que ni a Justin ni a Emma les importó en lo absoluto. Dejaron sus maletas en el sillón de la esquina. Justin la abrazó para darle un pequeño beso después.

—¿Te gusta? —le preguntó y la arrastro al sillón. Justin la sentó en su regazo y Emma rodeó sus brazos en su cuello.

—Me encanta, gracias Justin.

—Lo que sea por ti —le sonrió cariñosamente.

—Quiero visitar el Coliseo. Se ve impresionante —comenzó a darle caricias en su cuelo. Justin se estremeció.

—Lo sé. Yo también lo quiero conocer.

—No me digas que también hablas italiano —acusó. Emma quería por primera vez hacer algo que Justin no sabía.

Ella si sabía hablarlo, no tan bien como quisiera, pero entendía lo básico.

Justin rió.

—No, Emma. Nunca aprendí italiano.

—Ti amo —era lo más sencillo de pronunciar. Aún así Justin entendió.

—Vamos nena, vayamos al Coliseo —se removió y ella entendió de debía levantarse—. No está muy lejos caminando.

Por la forma en la que las personas apresuraban el paso para poder entrar cuanto antes al Coliseo, le daba la certeza que era incluso mejor por dentro que por fuera. No pudo evitar arrastrar a Justin hacia el lugar. Emma se sentía de un tamaño insignificante, comparándose con la magnitud de aquélla construcción histórica.

Cuando Emma era la princesa, sus clases de historia tenían que ver la mayor parte sobre la antigua Roma. Sus inicios, su forma de gobierno, las costumbres, las clases sociales, las leyes. Ella sabía mucho del Coliseo gracias a sus institutrices, que decían que aquél lugar era donde se celebraban los juegos en dónde entretenían a los emperadores y a sus hijas, aunque también estaba lo malo de todo aquello, que era cuando lanzaban a las personas a los leones, como su cena; aquello era algo que a Emma le había parecido cruel e inhumano, nunca en sus años de princesa pudo conocer algo que no fuera Paris e Inglaterra. Trescientos años después, Emma se encontraba enfrente del Coliseo junto con Justin.

—Espera aquí, nena. Iré a preguntar sobre como entrar —Justin se acercó y le dio un beso.

Emma miró a su alrededor. Vio un pequeño puesto de fruta y caminó hacia él.

Dammi una* —le dijo al hombre y rebuscó en su bolsa algo de dinero. Vio que una bota de color negro se ponía alado de ella. (Deme uno*)

—Nos vemos de nuevo, hermana —Emma sintió como si una cubeta de agua fría caía sobre su espalda.

—¿Me estás siguiendo? —el hombre de la fruta le entregó su vaso. Emma se giró hacía Amelia. Esta vez su largo cabello estaba recogido en una coleta alta, sus ojos tenían una fina línea de delineador negro y al igual que la otra vez, sus labios estaban pintados de color rojo. Amelia era guapa, siempre lo había sido.

The Princess [j.b.]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora