Sabía que no se lo había imaginado. Justin se alejó de la estatua, se tapó los ojos con su brazo, repitiéndose una y otra vez que no había pasado nada. Si esto resultaba ser producto de su imaginación, iba a tener que tomar medicamentos toda su vida. Pero bastó sólo un minuto para que escuchara como alguien soltaba un jadeo de dolor. Se quitó lentamente el brazo de sus ojos. Su piel se tornó blanca, sintió como el color abandonaba su rostro, como sus ojos salían de sus órbitas. Necesitaría medicamento toda su vida.
Enfrente de él estaba la princesa Emma. En carne y hueso, no en piedra. Con un vestido rojo escarlata, un rojo que ya no se veía en estos días, brillaba y aquello la hacía ver incluso más hermosa. Emma era un poco más baja que él, tenía una postura encorvada y no dejaba de ver hacia el suelo.
—¡Por la madre del señor! —dijo susurrando. Tenía enfrente a la mujer que siempre había observado unos pisos abajo. No lo creía. De ninguna manera Justin lo creía.
—¡Ahhhh! —gritó ella en cuanto lo vio—. Pero, ¿quién es usted?
Emma usaba el lenguaje de hace más de 300 años, tan propio. Su voz sonaba ronca pero tranquila, ella estaba parada sin moverse y Justin se levantó, fingiendo tranquilidad, sin perder la cabeza. Necesitó de todo su autocontrol para no salir corriendo y dejarla sola.
—¿Princesa Emma? —preguntó Justin con un hijo de voz.
Emma giró su cabeza en forma de confusión.
—Si, soy yo. ¿Quién es usted? —de pronto ella se enderezó. Nunca había visto a nadie pararse tan derecho.
—Justin —carraspeó incómodo. Su voz había sonado mucho más aguda de lo que hubiera querido.
—Un gusto Justin —hizo una reverencia, tomando con ambos brazos su vestido e hizo una mueca de dolor y se tomó con las manos las costillas.
Y Justin, tratando de que todo fuera real y no un producto de su imaginación preguntó:
—¿Recuerda algo? —no pudo evitar que su tono sonara como ella le hablaba: tan anticuado y molesto para él. Aquél lenguaje no se usaba ya.
—Si, ¿dónde está Amelia? —dijo amargadamente, pero ella giró su vista en torno a la habitación, sus ojos reconocieron el lugar de inmediato y olvidando a su hermana, una sonrisa se extendió por su rostro—. ¿Estoy en casa? ¡Madre! ¡Padre! —exclamó mientras se movía con dificultad. A Emma le dolía todo el cuerpo, pero siguió buscando. Ella se fijó de nuevo en Justin—. ¿Hace cuanto estoy así?
—305 años —dijo Justin sin quitarle la vista de encima. Le había salido más tosco de lo pensado y sintió una pizca de remordimiento.
—¡305 años! —exclamó mientras se llevaba una mano al pecho y se tambaleaba hasta caer hacia atrás.
Justin se acercó a ella y le tomó el hombro con su mano, la tela era tan liza, delicada y suave. Emma se estremeció con el contacto de él, sin embargo, Justin no retiró su mano.
—¿Entonces... todos están? —dijo con miedo. Su acento inglés era incluso más marcado que el suyo.
—Si.
No sabía que tono de voz utilizar al estar dándole la noticia de que sus padres habían fallecido hace tres siglos. Emma apretó los labios y negó con la cabeza.
—He escuchado voces —comentó hablando para ella misma que para Justin. Mientras, él guardó silencio, no sabía como responder tampoco a aquello—. 305 años —Susurró—. He de... he de salir de aquí.
Emma se levantó ignorando el dolor y corrió hacia la salida. Con las pocas fuerzas que tenía pudo abrir el librero. Estando en el interior de la biblioteca, ella no podía creer lo que veía. La madera no estaba pulida como solía estarlo todos los días, algunos de los libros estaban en el suelo, habían telarañas y el olor no le gustaba para nada. Bajó las escaleras corriendo y salió de la biblioteca, ignorando el grito de aquél hombre a sus espaldas.
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The Princess [j.b.]
Fiksi Penggemar❖Tercer lugar en los Worthy Awards como mejor historia de Fantasía/Ciencia Ficción. ❝Sólo despertará si llega alguien con verdaderas intenciones de ayudarla❞. Decían todos sobre la leyenda de la princesa Emma Cow...