Capítulo dos

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Tiene la cara roja y pequeñas gotas de sudor le perlan la frente. Noto que está lleno de tierra y por un momento vuelvo a la arena. Siento que el tiempo se detiene y otra vez solo somos él y yo para luchando por protegernos el uno al otro. Lo miro y admiro su buen aspecto. Si bien está delgado y las quemaduras delatan todo lo que ha sufrido; sus ojos vuelven a ser de ese azul que tanto conozco, que tanto me serena y me da confianza.

-Has vuelto.-Le digo esperanzada mientras tengo la mirada fija en sus ojos que me atraen como un imán.

-El Doctor Aurelius me ha dado el alta ayer y he tomado el primer tren que volvía a casa. Por cierto, me pidió que te dijera que no puede seguir fingiendo que te está tratando, si al menos no contestas sus llamados.-Contesta esbozando una sonrisa.

Peeta se queda mirándome y de repente me doy cuenta de la facha que debo llevar. Tengo puesta la misma ropa con la que salí del Capitolio y mi pelo se encuentra enredado por los meses que llevo sin lavarlo. Inmediatamente evito su mirada y noto que detrás suyo hay unos arbustos salvajes en una carretilla improvisada.

-¿Qué estás haciendo? ¿Qué traes allí?-Inquiero señalando los arbustos extrañada.

-Todo este tiempo estuve pensando en ti, en como necesitarías recordarla. Es por eso que al llegar esta mañana fui directamente al bosque a buscar estas plantas para ella. Se me ocurrió que te gustaría tenerlas cerca de la casa.

Sin saber que decirle miro los arbustos y descubro que son rosales. Por un momento estoy a punto de gritarle cosas horribles y de romper en llanto, pero solo hasta que recuerdo que su nombre real es Primroses... Y es ella quien me saca la primera sonrisa en mucho tiempo.

Sin decirle más nada, me alejo. Entro a la casa con la energía renovada. Decido tomar un baño, evitando mirar las cicatrices de mi maltratado cuerpo. Tardo más de media hora en estar lista, pero para cuando Sae está terminando el desayuno, yo estoy sentada a la mesa bastante animada. Mientras me como los huevos que me preparó, hablamos sobre Gale y le cuento que voy a salir de caza.

En mi camino al bosque, atravieso todo el pueblo. Me encuentro con viejos amigos que también han regresado y que se encuentran trabajando para poner de pié este lugar. Otros están buscando bajo la nieve que se va derritiendo, los restos de los nuestros que perecieron por mi culpa, por culpa de Snow, de la opresión y de la esperanza por un futuro mejor. Al llegar a la pradera veo que los cuerpos están siendo enterrados en un gran foso sin identificación alguna y eso me hace romper en llanto.

Corro sin pensar para huir de los muertos que me perseguirán esta noche y cuando me doy cuenta, estoy sentada en la roca que hacía de punto de encuentro con Gale. Espero allí sentada, con la esperanza de que el vendrá a buscarme para compartir otro día de caza, para oír mis mayores miedos y para protegerme. Pero el no viene. No se materializa por arte de magia ante mi y debo recordarme que Gale está en el 2 con un trabajo importante, protegiendo a su familia y seguramente besando unos labios que no son los míos. Está reconstruyendo su vida sin mi. Con una tristeza que me ahoga emprendo el camino de vuelta.

La búsqueda del diente de leónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora