Capítulo dieciocho

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Salía el sol y ya podía ver por la ventanilla el límite del 12. En unas pocas horas estaría en casa. Solo había llamado a Haymitch para avisarle que volvía y le había pedido encarecidamente que se aguantara de contarle a Peeta. Quería darle la sorpresa de mi llegada, y, aprovechar para embeberme de sus ojos y de su perfume a pan recién hecho. Quería ver su cara cuando me viera de nuevo frente a su puerta.

Al llegar ahí estaba mi antiguo mentor esperándome. Se sorprendió al verme bajar con tanto bartulo y lanzó alguna que otra de sus frasecillas sarcásticas, pero enseguida se ocupó de todo. A pesar de nuestras diferencias existenciales y de las pocas similitudes que teníamos, habíamos aprendido a entendernos. Para mi, ya era parte de mi familia, y a su manera, aunque muy particular, me había cuidado como solo un padre podía hacerlo.

De camino a la aldea, rodeamos la panadería para que Peeta no pudiera descubrirme y enseguida me refugié en mi casa. Ya estaba ansiosa de verlo, pero antes debía preparar muchas cosas. Deshice las maletas, ordené la casa y decidí ponerme a cocinar. Había traído del Capitolio la receta del estofado de cordero y Haymitch me había ayudado a conseguir los ingredientes necesarios para hacerlo. Una vez que la cena estuvo lista decidí darme un baño. Llené la bañera y pasé más de una hora dentro de ella pensando en que iba a decirle e imaginando múltiples respuestas. Cuando creí que mis pensamientos me volverían loca empecé a prepararme. Me puse el vestido naranja que había traído especialmente. Era de satén, algo acampanado y con una bella faja negra bordada en naranja que culminaba en un moño en la espalda. Me llegaba por las rodillas y tampoco era muy escotado pero cuando lo vi, creí que a Peeta le gustaría. No me había animado a comprar zapatos de tacón, además creía que no hacían juego con el momento, por lo que opté por unas sencillas bailarinas negras con un moño naranja. Me dejé el cabello suelto y me maquillé un poco, con los cosméticos que Cinna me había dejado. Todavía recuerdo la cara de Peeta cuando me vio después de los primeros juegos y recuerdo lo que me dijo Cinna... Que sencilla era como creía que a mi chico del pan más le gustaría, así que así intente verme.

Cuando hube terminado de arreglarme, telefonee a Haymitch para avisarle que ya podía ir a buscar a Peeta a la panadería y sacarlo de allí con cualquier excusa. Por suerte no estaba lo suficientemente borracho como para hablar demás. Un rato después lo vi, cruzaba la aldea todavía con el delantal amarrado a la cintura, algo de harina en la nariz y con nuestro mentor impulsándolo por la espalda. Se veía algo extrañado pero divertido. Cuando el hubo entrado en su casa y después de que Haymitch hubiese pasado a darme el Ok, salí a hurtadillas y dejé en la puerta de su casa, un diente de león con una pequeña nota que decía: "Gracias por darme esperanza, por dejarme ver que no todo está perdido. Gracias por ser ese diente de león en primavera que me hace sentir que mi vida no está condenada.". Volví corriendo a casa y me senté a esperar... Y esperé un largo rato hasta que sonó el timbre.

Con nervios y emoción me acerqué hasta la puerta. Me asomé por la mirilla y lo vi nervioso arreglándose la ropa. Suspiré aferrada a la manija y di gracias por tenerlo en mi vida. Me arreglé también y con una gran sonrisa le abrí la puerta invitándolo a pasar. Se quedó mirándome fijamente con sus ojos azules penetrantes y me erizó la piel. Estaba parado firme en la entrada con los brazos detrás de la espalda, por lo que los músculos que había ganado gracias a la reconstrucción de la panadería podían notarse a través de la camisa verde que había elegido. Lo miré detenidamente y noté que como yo, había puesto mucho esmero en arreglarse, aunque claramente no le hacía falta. Los zapatos naúticos negros hacían juego con el pantalón de lino que había elegido y con el cinturón que llevaba. La camisa era de un verde no muy oscuro, pero si profundo; era verde bosque tal como a mí me gustaba. Se había afeitado y peinado su cabello para atrás, como lo llevaba en la gira de la victoria. Cuando terminé la inspección pormenorizada de el, lo vi a la cara y me estaba viendo con esas medias sonrisas tiernas que me hacen suspirar. No me había dado cuenta que estaba tomándome de las manos como una niña pequeña, ni que estaba aguantando la respiración hasta que pronunció mi nombre de esa manera tan dulce que lo caracterizaba.

-Katniss... Estás preciosa.-Dijo al tiempo que me abrazaba fuertemente.

El apoyó su cara en mi cabeza y yo me acurruqué en su pecho embebiendome de su aroma. Cerré los ojos y por fin me sentí en casa. No quería soltarme nunca, y sin pensarlo, parafraseándolo le dije...

-Ojalá pudiera congelar este momento, ahora mismo, aquí mismo y vivir en el para siempre.

-Adelante, hagámoslo preciosa.-Contestó casi en un suspiro.

En ese momento mágico, me di cuenta que hacía mucho tiempo estaba perdidamente enamorada de Peeta Mellark y que él tenía mi corazón en sus manos sin que yo lo supiera desde el día en que lo conocí.

La búsqueda del diente de leónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora