Capítulo veintiuno

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Almorzamos en su casa mientras me contaba lo poco que faltaba para culminar con la obra de la panadería. Como adivinándome el pensamiento me dijo que la planta de arriba serviría de depósito ya que la cocina no era muy grande y si encima tenía todo acumulado allí, iba a ser un caos. Me alivió oírle, ya que me había quedado claro que no podía poner una distancia física mayor entre el y yo. Cuando terminamos de comer ordenamos la cocina y anunció que iba a tomar ese tan ansiado baño. Le dije que lo esperaría en casa, pero me insistió en que me quedara y como últimamente mi fuerza de voluntad flaqueaba cada vez que me pedía algo, obviamente asentí enseguida. En un periquete estuvo listo para irnos a casa a comenzar con el libro. Cuando me tomó de la mano para cruzar la calle sentí que su aroma era distinto. No olía a ese pan recién hecho que tanto me gustaba, sino que en cambio su colonia tenía algo que me llevó a cerrar los ojos y sumergirme en las sensaciones que me generaba. Después de intentar identificar ese aroma, decidí definirlo como perfume del bosque, cosa que me hizo estremecer. En el estado al que me había transportado, no se encontraba el escalón de entrada a mi casa, pero como en el mundo real si, me lo llevé por delante y acabé despatarrada en los brazos de Peeta. Lo vi y todo fue para peor porque enseguida volví a perder el aliento. Había salido con el pelo mojado y levemente despeinado, cosa que le daba un aspecto muy sexy. De repente se vinieron a mi mente las imágenes de la panadería y quise que me estrechara un poco más contra su cuerpo. Por un momento pensé que iba a besarme pero por más que lo deseara con todas mis fuerzas, el solo se limitó a levantarme.

-Katniss, ¿Qué está pasando? Estás algo despistada y poco atenta. Algo raro en ti.

-Nada Peeta, es que estaba con la cabeza en otra parte.-Dije quitándole importancia al tropezón.

-Ay, Katniss, Katniss. ¡Qué mal mientes! Sigues intentando engañarme pero ni tú crees lo que me dices. Pero bue... Si no me quieres contar...-Dijo algo molesto.- Aunque pagaría por saber lo que está ocupando esa cabecita.

-Tú.-Respondí sin pensar.

Se volteó para mirarme fijamente y dijo algo sonrojado-Andando Señorita Everdeen.

Mientras preparaba todo para comenzar con el proyecto del libro y Peeta telefoneaba a Haymitch para invitarlo a venir, mi mente funcionaba a mil por hora. Había notado que ya no había filtro entre mis pensamientos y mi boca. En lo concerniente a Peeta, decía todo lo que estaba pensando sin medir las consecuencias. Lo más extraño eran esos nuevos sentimientos. Sabía que quería al chico del pan, pero estaba mirándolo de una forma muy impropia de mi. Eran unos sentimientos que se correspondían más con los de una de las heroínas de las novelas que leía mi madre, que con los de Katniss Everdeen; La chica que nunca se iba a enamorar, a casar y mucho menos a formar una familia. Pero lo más grave era la actitud de Peeta. Lo miraba como boba, le decía cosas cursis y el como si nada. No registraba nada y mucho menos me trataba con la pasión que solía hacerlo. Eso tenía que cambiar.

Como Haymitch se había excusado por el día de hoy comenzamos solos. Estábamos en la sala con un montón de bártulos desparramados pero en silencio. Peeta hacía un retrato de Prim y yo escribía en un pergamino toda la historia reciente de mi pequeña hermana. Cuando no supe que más escribir me detuve y vi al hombre que tenía a mi lado. Estaba totalmente concentrado y tan absorto en su dibujo que no registró siguiera que me senté a su lado a observarlo. Tenía una expresión seria y hasta a veces disgustada con su propio trabajo. Su mirada era tan profunda que me embobé mirándolo. Era tan rubio que sus miles de pestañas que se movían rápidamente, parecían no existir. Tenía uno de los lápices en la boca, sostenido con los dientes y sus manos hábiles creaban maravillas en el papel. No sé cuánto tiempo habré estado mirándolo porque para mí el tiempo se había detenido; cuando de repente se dio vuelta con una sonrisa para preguntarme si me gustaba el retrato. Estaba tan cerca que puso el papel en mi cara. Miré lo que había hecho y me emocioné. Era Prim y tan linda como siempre. No sé como lo había hecho, pero había captado su esencia y la había plasmado allí.

-Está precioso Peeta.-dije con una gran sonrisa.

-No tanto como tú.

Al oír esas palabras el hambre me acosó de golpe ferozmente. Ese era el Peeta que había estado queriendo encontrarme y ahí estaba. Sentado frente a mí. No podía desaprovechar esta ocasión.

-Yo creo que tu opinión no es valedera. Tu no me ves con los sentidos, sino con el corazón.-Dije acomodándome para estar lo más cerca suyo posible.

-¿Y tú como me ves?-dijo en una voz tan baja y seductora que parecía un ronroneo.

-Yo... Yo...-Estaba tan nerviosa que no sabía que contestar.-Quiero verte como pueda. De la forma en la que me sea posible.

-No te pregunté con qué... Sino cómo.-dijo insistente.

No podía contestarle que se veía bellísimo y mucho menos que no solo quería verle, sino que quería besarle, así que opte por decir.-Igual que tú a mi.-Mientras bajaba la cabeza avergonzada.

Me acarició la cara y empezamos a ensamblar las primeras páginas del libro. Otra vez este chico tímido y valiente me había dejado aturdida... Con muchas cosas para pensar y con muchos sentimientos para ordenar.

La búsqueda del diente de leónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora