Capítulo Cuatro.

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— ¡A cenar! ¡No te lo repito más, Claire Cordial Bratcher!

Más de siete veces me ha llamado Elena, pero las ganas no me alcanzan para dejar lo que tengo entre manos. Le conteste gritando cada vez: “Ya voy”, hasta que la última vez le dije que no iba, porque no quería cenar.

— ¿Te ocurre algo, Cordial?

Su voz sonaba suave, como si fuera la caricia de una pluma; delicada y suave. Elena solía llamarme Cordial, mi segundo nombre. Es un nombre raro, pero no puedo quejarme con mis padres; por alguna razón me lo pusieron.

—Sí, solo es que… —no se me ocurría nada. —. Comí cuando vine, y digamos que me sobro comida, y anduve picando.

La puerta se abrió lentamente. La figura de mi tía apareció tras el umbral de esta. Una sonrisa se posó en sus labios.

— ¿Quién es? —pude intuir un poco de curiosidad en su voz.

Abrí y cerré la boca, pero no se me ocurría que decirle.

—Uno, pero él me trajo muy temprano —literalmente a las ocho y pocas—. Ahora bajo. —respondí, indiferente, o eso quería creer que ella pensase.

Bajo su vista hacía mi regazo, en el cual tenía las hojas, las anotaciones, el diario. También había unas cuantas dispersas sobre mi cama.

— ¿Estudiando? —alzó una ceja. Siempre trate de alzar una ceja sola, pero todo el tiempo me salía muy exageradamente, así que mejor no lo hacía.

—Sí. —respondí inmediatamente.

—Te dejo, entonces. Baja cuando puedas.

Una pequeña sonrisa se formó en sus labios, y me hacía sentir cómoda por alguna razón.

Luego de un rato, y de que mi tía se haya ido, puse mis manos en mi rostro. Esta exasperada. No había tocado ni una hoja más. Lo poco que leí ya me había afectado.

¿Y si todo esto era mentira? ¿Y si mi madre, digo, Elizabeth Mers era una completa desquiciada?

Las hojas eran amarillas, viejas, era imposible que ese diario sea de mi madre, a no ser…

>>A no ser…<<

No se me ocurría nada. Mi mente estaba en blanco. Mi cerebro hacia caso omiso de los pensamientos que querían llegar hasta él.

Decidí descansar. Necesitaba descansar, pero antes tenía que comer algo, porque si no mi estómago iba a seguir gruñendo.

Dentro de mí algo se prendió, justo en el momento en que estaba guardando ese diario bajo mi cama, entre el colchón y la madera. Tenía la impresión de que esto me diría lo que en verdad paso en el despacho de mi padre. De que el no mato a Lucy, a mi madre. De que Mark era inocente, pero ¿quién lo mato a él entonces?

Bufé frustrada, y termine de guardar el diario. Decidí no ir abajo a cenar, aunque mi estómago pida lo contrario. Alcé la mano para correr la colcha, y meterme a la cama.

Al último momento una sonrisa se asomó en mis labios. Era una entusiasta; verdadera, que muy pocas veces podía sacar. Había recordado a Shad. Él era como mi “nuevo amigo”. Presentía que seríamos buenos amigos. Tal vez no parezca un ejemplo de persona, pero era único; tenía su personalidad, y no olvidemos el punto en el que era misterioso. Sí, misterioso.

Di un último suspiro hasta que deje de notar mis ojos cerrados, para ser conducida hasta mis sueños, donde allí todo era mejor, aunque no esta vez.

Otra vez sentí esas garras sobre mi cara, también sentía mucho frío, que eso era extraño.

En medio de la noche me levante exaltada, parpadeando rápido. Estaba sudando, a consecuencia de esa pesadilla. Mi frazada se encontraba en el otro lado de la habitación, donde estaba obscuro, detrás de la puerta.

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