Capítulo Seis.

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Sus manos eran tan frías como el hielo, no dudaba que serían pálidas. Eran tan frías que me quemaban, no como en el sueño; allí eran de calor, aquí era frío.

Trate de tocarme el pecho, para calmar mis jadeos incontrolables, a pesar del suceso. Al hacerlo, la presión de su brazo fue aún más fuerte; tenía ganas de llorar. Respire por la boca, pero al hacer un esfuerzo de pestañeo, sentí una brisa helada en ellos, como si al respirar por la boca cerca de su mano esta reaccionaría y saliera un pequeño humo, como si fuera hielo.

—Quieta, Estur.

Mis músculos se relajaron por completo, ¿había oído bien? Este estaba más, o igual, de chiflado que Elizabeth.

—Te equivocas.

Su mano estaba sobre mis ojos, así que podía hablar, aunque no del todo claro.

—Claro que no. —en su voz sentía un aliento congelado.

Sus agarres se aflojaron un poco,  haciendo que me estremezca de tan delicada caricia que hacía ante mi brazo. Quitó la mano de mis ojos, pero mi vista volvió a perderse; me  los había vendado. Podía sentir esa fina tela sobre mis parpados cerrados.

Por unos segundos no sentía que nadie me estaba agarrando por la fuerza, pero luego sentí que él me arrastraba y me metía de un empujón a la camioneta.

— ¿Qué…? Joder… ¿Qué crees qué haces? — una voz hizo que me estremezca.

—Alejándola de ti, ¿qué crees? Eres un monstro. —dijo este en su respuesta.

—Que bien que la alejas. —dijo burlón.

Ahogué un grito, y un par de lágrimas cayeron por mi mejilla, ¿Shad? ¿Un monstro? Sentir el fuego ese. Por un momento pensé que era un licántropo, un hombre lobo, pero luego pensé en un vampiro, aunque no lo sentía.

—La odias. —la voz de Shad sonó a despreció.

—La protegía. —sonaba defensor, pero vacilante.

Imaginaba como estaría ahora Shad. Me señalaría con una mano, algo colgante; de mala gana. Y haría un gesto con sus cejas; levantarlas.

—Qué manera la tuya; hermosa. —irónico.

Alcé mis manos hacia lo que me tapaba los ojos, que no eran sus manos, sino una venda que estaba sobre estos. Primero vi dónde me encontraba; una camioneta con cúpula, blanca, por lo que pude ver. Luego vi el rostro de Shad. Sus ojos intensos estaban clavados en el rostro de aquel rubio que me trataba de secuestras, pienso yo, pero sería mi “protección”

—Ven aquí, Claire.

Shad extendió su mano hacia mí sin quitar la mirada del rubio. Sin vacilar salí de la camioneta, pero el otro puso una mano sobre mi pecho para detenerme.

—No lo harás.

Bajé la vista hacia la mano firme y autoritaria, pálida, como yo pensaba. Subí mi vista por su brazo, no tenía mucho vello, o no se notaba, eran pelos rubios. Luego seguí por su cuello, hasta su rostro. El princesito, Michael.

Abrí mi boca para hablar, pero la cerré rápidamente. No tenía nada para decir, y no me pondría a improvisar, aunque solía hacerlo muy a menudo. Tomé coraje, y hable.

—No soy una Estur, ni siquiera sé qué demonios es eso, ¿alguien me explica que está pasando? Están todos dementes.

Alcé mis manos al aire. Ambos me miraron impasibles, sin ninguna expresión. Shad sonrió con una sonrisa poco amigable, casi sombría, y dijo:

— ¿Por qué no se lo cuentas tu Rupert? —alzó las cejas, y sonrió de lado, mirándolo victorioso.

— ¿Rupert? —mi voz sonaba débil. No sabía lo que estaba pasando.

—Yo… te deje ese diario —rascó su cabeza. —creí que querrías el diario de tu madre, y pensé que  deberías saber la verd…

Shad dijo un: “Ah”, apuntando con su dedo indicé el cielo. Dio una pequeña risotada grave y volvió a su cara sin expresiones.

—Pensaste.

Michael, digo Rupert, puso los ojos en blanco.

—Necesito explicarte todo. —colocó una mano sobre mi brazo, apretándolo suavemente. La sensación helada se había ido, pero estaba algo fría.

—De hecho… —hablo Shad. —Yo tengo que explicarle todo.

— ¿Y crees que confiará en alguien que conoció, déjame pensar… ayer? Aparte de que también er…

—Elige.

Shad ignoró los que dijo Michael. Me sentía excluida de la conversación, pero esto se trataba de mí. No quería sonar vanidosa, pero era cierto, ¿por qué Rupert dejó el diario? Aún peor… ¿Cómo entro a mi casa para dejarlo allí? Me sentía una inútil, más que siempre. Sentía que tenía las respuestas frente a mí, pero que eso era lo único que no podía ver.

—Shad… —por unos segundos me quede observando sus ojos, ese abismo. Mi mente se puso en blanco, más bien en negro. Sacudí mi cabeza levemente, y mire mis dedos, los cuales estaban entrelazados.

—No pienso hacer objeciones, así que no importa, ¿dejamos lo de hoy para mañana? —sus ojos tenían un brillo extraño, no como el otro, no sabía lo que significaba este brillo.

—Luego de que le cuente todo no querrá verte más, Shad Percies —afirmó Michael entre dientes.

—Y no dudo que a ti tampoco —lo fulminó con la mirada.

Miré el suelo, sentía que este se movía; estaba mareada. Me senté en la cúpula lentamente, y respiré hondo.

— ¿Estás bien?

—Déjenme.

Michael puso su mano en mi hombro, se inclinó para quedar a la altura de mis ojos. Escuchaba hablar a Shad, pensaba que hablaba solo, pero estaba hablando con Michael. Mi vista estaba borrosa, así que ladeaba la cabeza de vez en cuando, y cerraba mis ojos. Era como si no los pudiera tenerlo abiertos.

—Esto es muy confuso, y una mierda.

Ambas miradas se centraron en mi rostro. Las cejas de Shad estaban altas, no podía contener la risa, supuse, lo cual me hizo reír también.

Me paré, y trate de irme por el camino hasta mi casa, pero solo pude dar unos cuantos pasos, y decir:

—Creo que me desmayaré.

Empecé a reír, al igual que Shad. Me di la vuelta y lo miré.

Lo último que vi antes de desmayarme fueron los ojos de Shad, en los cuales me perdí. En un abismo en el que me caía, y perdía. Donde todo era oscuridad.

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