Capítulo Catorce.

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Era una vez una chica castaña, con muchos sueños, y… magia. Ella estaba con un chico: joven, rubio, inútil…

Él tenía un mejor amigo, el cual salía con la hermana de su novia. Pero algo pasó un día: El mejor amigo se dio cuenta de que le mentían.

“¿Cómo le pude mentir? Sólo quería que esté a mi lado.” Eso lo enfureció mucho, ya que le habían mentido acerca de algo muy preciado. Entonces, él se sintió traicionado, e hizo algo que nadie se lo esperaba: Mató a la castaña.

Su hermana estuvo más que triste al enterarse de lo ocurrido, más y más al recordarlo. De todos modos, ella nunca se enteró de quién había asesinado a su hermana, hasta el último día en el que murió.

Al rubio no se le encontró rastro, como a su mejor amigo, el asesino, y las otras chicas… Pues murieron. Eran tan jóvenes, y con una vida por delante, que era triste de solo pensarlo. Que sus vidas se arranquen injustamente, excepto por una razón: Una vida había sido injusta, la otra podría decirse que natural; su alma fue consumida poco a poco, hasta que su corazón dejo de latir.

—Parece una anécdota de misterio, como las que me hacían leer en segundo —dije, sin pensar, para agregar: —. Aunque… ¿Matar a alguien? No importa que sea algo preciado, o lo que sea.

—Depende —Shad acarició mi mejilla, como si fuera de cristal—. Hay algunas cosas que se quieren mucho, pero mucho, como para matar, o alguna información, que dependiese de tu vida.

—Eso suena egoísta. —pensé en voz alta.

Ambos nos encontrábamos mirando la pared que estaba en frente de nosotros. Solo había una lámpara de mesa prendida, lo cual iluminaba escasamente.

— ¿Alguna vez mataste a alguien? —sentí que mi piel se ponía de gallina. Los dos sabíamos la respuesta, pero quería confirmarla; que saliera esa palabra de su boca.

Una simple oración contesto mi pregunta:

—Los gritos de las personas son música para mis oídos.

No sé lo que sentí en ese momento. Sabía que no era miedo, ni tampoco felicidad, claro. Sentí extrañeza; pena.

Su agarre se aflojo un poco, pero yo tomé sus brazos, y me envolví fuertemente con ellos.

—Prométeme que nunca me harás daño. —musité, escondiendo mi rostro en su cuello.

—Lo prometo, duckling.

Inspiré hondo, y lo sentí: colonia, verde, Shad. Era un aroma que se volvería mi favorito.

Al cerrar los ojos, lo último que vi fue un color gris en una rosa, pero no tardaron en venir esas pesadillas, las cuales eran cada vez más intensas.

Ahogué un grito al sentir un fluido frío, muy frío, sobre mi cabeza, y cuello. Greg me había tirado un balde de agua helada en la cara para que despertase, ya que llegaría tarde, y no me podía levantar. Le solté un par de palabrotas, no sin antes mirar a mis costados, a ver si Shad aún seguía en mi cuarto, pero no. Él no estaba ahí, pero su aroma sí.

Me levante, e hice lo de siempre. Al bajar mi hermano estaba haciendo unas tostadas, pero se le quemaron, lo cual me causo risa.

—Trata de hacerlas tú, entonces. —dijo, divertido.

— ¡Helena, te necesitamos! —hice un gesto gracioso, y mi hermano puso los ojos en blanco.

No sé cuándo tiempo estuve entre que desayunaba, y me iba al colegio, pero suponía que no fue tanto.

Y me equivoque. Ya cuando estaba caminando para ir, no había nadie.

Suspiré frustrada; tenía sueño, me había perdido la primera clase. La mayoría de los adolescentes se alegrarían de perder la primera clase, o cualquier otra, pero yo no, ¿por qué? Porque no quería perder asignaturas, para luego tener que estar todo el verano estudiando, por lo menos era consciente de eso.

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