Capítulo Diecisiete

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Me destapé la cara que estaba cubierta por la frazada con la que dormí esa noche. Las pesadillas nunca se iban. Las garras querían hacerme daño; querían matarme. Me querían matar con el fuego que emanaba de ellas, su dolor.

El día estaba igual que cuando lo conocí a él. El cielo parecía tenido de gris, y una suave ventisca daba contra la ventana.

Me levante de la cama. Sentí la madera helada. Me asomé para ver hacia afuera. Alcé mi dedo y este dejó una línea cuando lo pase por el vidrio.

La mata de árboles con nieve en las copas; era como si este invierno nunca acabase. La casa que había detrás de todo ese bosque se veía tan sola, aunque hubiese alguien viviendo allí.

Bajé como estaba, sin cambiarme  de vestimenta. La escuela me había dado dos semanas de duelo. Los rechinidos de la escalera se escuchaban por toda la casa, ya que esta se encontraba tan vacía, y no en el sentido de los muebles.

Mis pies tocaron el porche y luego la tierra, cuando me senté en este. Unas hojas se encontraban cerca de mi pie, junto con una flor rojiza.

—Está marchita. —dije tomándola con una mano.

Me puse de pie y fui a la cocina por unas tijeras. Un gruñido agudo salió de mi garganta. Había practicado algo parecido con Michael, algo parecido.

No sé latín, pensé. ¿Una rima servirá? Hice una mueca, pensando en que nunca fue buena en eso.

Al llegar afuera busqué una pequeña rama, e hice un círculo para poner el objeto marchito en este. Tomé la tijera con mi mano derecha y me hice un pequeño corte en el dedo índice. Las diminutas gotas de sangre cayeron sobre los pétalos arrugados. Una rima, pensé. Mis labios se entreabrieron.

—Tu vida me da aire, sin ti moriría. Mi sangre te revive, y yo… -pase mi lengua por mi labio inferior, el cual estaba seco. No se me ocurría nada—Tu vida me da aire, sin ti moriría. Mi sangre te revive, y yo te cuidaría.

La flor se quedó intacta, sin ninguna reacción. Suspiré frustrada.

—Tus pétalos marchitos están, pero con esta gota de sangre revivirán.

Cerré el puño. Esto era verdaderamente frustrante. Cerré los ojos y una lágrima de mañana salió de uno de mis ojos.

—No sirvo para nada—dije entre dientes.

Una leve brisa sopló, lo cual me hizo abrir los ojos. Miré mi dedo, donde tenía la cortada; había una pequeña línea cobriza. Más atrás; la flor. La flor que ahora tenía vida. Sus pétalos completamente abiertos. Había revivido la flor.

Puede que haya hecho lo mismo con ese inofensivo pajarito, pero esto lo hice yo sola.

Me tapé la boca con ambas manos, sintiendo la tibia sangre sobre mi rostro. Tragué saliva y entre adentro, no sin antes haber quitado la flor de ese círculo y borrarlo. Entré cerrando de un portazo, y él estaba ahí. Me limpié las diminutas lágrimas que se me habían escapado, y pregunte con tonó frío, pero amigable:

— ¿Cómo has entrado?

Él vaciló un poco, y ladeo la cabeza.

—La puerta principal estaba abierta. —hizo una seña con su mano.

Ignoré todo lo que había leído, o lo que me había dicho Michael sobre él. Necesitaba que él me abrasase; no me encontraba para nada bien. Corrí a sus brazos, los cuales se extendieron al instante en cuanto me vieron correr hacía ellos.

— ¿Qué es lo que más anhelas? —pregunté hundiendo mi rostro en su pecho.

Se lo dudo unos minutos, pero no contesto.

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