Sesión 13

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Acomodaba su corbata negra, mientras que su traje era del mismo color. Aunque ese día estaba nublado, por lo que usaría una chaqueta que opacaría algo su elegancia, nulamente en realidad, puesto que el reloj que traía hacía pensar otra cosa. Saul Hudson se encontraba de pie delante su alto espejo en su habitación, mientras que de fondo sonaba una sonata clásica que le relajaba, ya que lo que haría próximamente eran las consecuencias de sus actos.

Era el culpable de una muerte. Pensar en eso le colocaba los pelos de punta, pues estaría toda la vida con aquello metido en la cabeza; esperaba que el alma enferma de su paciente no anduviera rondándole en las noches o en cualquier lado donde quisiera tranquilidad.

Ya que los locos no te dejan tranquilos.

Habían pasado unos cuantos días desde que recibió esa noticia durante una llamada telefónica junto a su mejor amigo, recordaba haberse puesto estupefacto de la sorpresa, ya que no fue totalmente de su agrado; eso esperaba. Al momento de velar el cuerpo de Rose, la iglesia estaba vacía, menos por su mejor amigo, McKagan, que fue también, pero no duraba muchas horas ahí, ya por la excusa de tener que ir a la clínica a resolver asuntos importantes de los cuales Hudson no se enteraba. Ningún familiar iba, así que sólo él estaba horas sentado en la iglesia, observando el ataúd que aún no estaba a metros bajo tierra. No pudo mirar el rostro de aquel pelirrojo, ya que Duff no lo permitió, ya que uno de los motivos de su suicidio fue por haber cortado algo en su rostro y más detalles los que no quería recordar.

Ahora aquel hombre de piel morena, conducía en su Mercedes, mientras que llevaba su móvil apagado, ya que los días anteriores su pareja, Meegan, le llamaba sin parar pregúntale su estado emocional, pero sólo él pedía espacio, queriendo estar solo, lo que su novia entendió, pero sin saber razón alguna.

Luego de quizás media hora, logró llegar hasta las afueras de aquel conocido cementerio de la ciudad donde pronto enterrarían el ataúd de quien le había hecho perder un poco la cordura al momento de intercambiar miradas o palabras. Recordaba perfectamente su sonrisa maniática, sus ojos verdes junto a su cabello anaranjado, siendo seguro al caminar sabiendo su condición; si que había sido alguien especial, tanto mental como un poco para él. Bajó del auto luego de volver a pensar y caminó por la vereda, mientras que la carretera estaba vacía. Gente salía y entraba del cementerio con ramos de flores en las manos, al igual que una que otra pequeña caravana con gente llorando al perder a un ser querido. Hudson arregló su chaqueta y vio de lejos una pequeña florería al lado de la entrada del cementerio, así que no dudó en ir.

Al momento de entrar, el olor lo contagió, pues era agradable y a la vez adormecedor. Una señora que le doblaba en edad permanecía en el mostrador, mientras que leía un catálogo de distintas plantas, usando anteojos de marcos dorados, los cuales resaltaban, ya que su piel era blanca al igual que su canoso cabello. Aquella mujer notó que el chico de piel morena la estaba analizando con la mirada, así que mejor cerró la revista y la dejó a un lado.

- ¿Hay algo que se le ofrezca, joven? – Preguntó amablemente la mujer, sonriéndole con suma inocencia, mientras que salía del mostrador para dirigirse a quien sería su nuevo cliente.

- Sí, rosas. – Fue lo primero que dijo, sin antes saludar, mientras que tenía en la mira unas bellas rosas que se encontraban en unas de las macetas, esperando ser compradas para ir donde los muertos.

- Oh. . . Lo lamento, pero esas rosas ya las compraron, el dueño vendrá en un rato.

- ¿Cuánto quiere?

- ¿Perdón?

- Que cuánto quiere por las rosas.

Hudson no se quedaba con lo primero que le decían, así que cuando quería algo, lo conseguía de cualquier forma posible.

Locura de amor [Slaxl] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora