I

2.3K 125 24
                                    


El sonido del despertador me hace gruñir debido a su estruendoso ruido; con la mayor pereza del mundo, me levanto a regañadientes, tomo la toalla que reposa en mi sillón y me encamino al baño a tomar una ducha caliente.

Me quito mis únicas dos prendas mientras espero a que el agua salga un poco caliente, pero ese momento nunca llega, así que con el mayor dolor de mi corazón, me meto al agua helada y me dispongo a lavar mi cuerpo.

—Buenos días —me dice una voz femenina cuando entro a la cocina.

Ojos verdes, cabello rojo teñido y un cuerpo nada natural.

—Buenos días —frunzo el ceño.

—Así que... —murmura y me observa de arriba abajo.

—¡Joe, no hay agua caliente! —la voz de Aaron se escucha.

—¡No me digas! —respondo.

Volteo a ver a la mujer atractiva que sigue sentada en el desayunador y me observa fijamente mientras muerde su labio.

Abro el refrigerador y saco un poco de jugo de naranja que compré ayer y lo bebo de dos tragos.

—Bien, un gusto —salgo de la cocina casi corriendo y tomo mi mochila que descansa en el sofá.

—¿Tan pronto te vas? —dice la mujer con voz ronca.

—Tengo que trabajar... —señalo la puerta con mi pulgar.

Se levanta del taburete y pronto me percato de su ropa ajustada.

—Es lunes, tengo que irme —giro la perilla de la puerta, pero una de sus manos se posa en mi hombro.

—¿Dónde puedo buscarte?

—En primera instancia, tengo novia. En segunda, no me meto con las chicas de Aarón —salgo corriendo pues faltan veinte minutos para las ocho.


El autobús no pudo haber ido más lento, había optado por dejar de usar el auto, pues la mayoría de mi dinero se había ido en gasolina y reparaciones.

A pesar de mi retraso de diez minutos, nadie se percató de que mi llegada había sido un completo fracaso al resbalar para llegar lo antes a la puerta que daba hacia el gimnasio en el que entrenaban los boxeadores más famosos del mundo.

Entré para verificar que no hubiese nadie aún, sin embargo el gimnasio parecía que estaba en su hora pico, pues al menos cuatro boxeadores golpeaban los sacos, unos las peras y otros brincaban la cuerda.

Me quedé parado en el lugar que por lo regular acostumbraba y sacaba mi teléfono de vez en cuando.

Podía sonar como el trabajo más aburrido, quedarte parado a ver como gente entrenaba, pero no lo era, en absoluto.

De vez en cuando dos de los practicantes se ponían los guantes y subían al ring, y hoy no era la excepción.

Dos de ellos suben al ring y empiezan a golpearse, uno de los dos cae al piso y todos los expectantes se quedan en silencio, sin embargo una pequeña risa sale de mi parte al ver que no llevan ni la mitad del primer round.

Todos voltean a verme, pues mi risa suena más fuerte de lo que espero.

—¿Te parece gracioso? —un hombre de cuarenta años que siempre practica y suele ganar las peleas a las cuales voy a cuidar, se levanta de una banca y se me acerca.

—No, señor —intento no hacer contacto visual con él.

—Escuché una risa muy estúpida de tu parte, ¿te gustaría subir y ver qué tan gracioso es desde allá arriba?

Lucharé por ti    |  (Eres hermosa para mí #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora