8. Sinceridad

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Había pasado ya un día entero desde aquel fatídico beso.

La noche estaba cayendo y poco a poco, Mikaela empezaba a dormirse.

Aún con los ojos hinchados de llorar y con el corazón roto, se durmió.

Krul estaba en el salón con una copa de vino en su mano izquierda y las piernas cruzadas.

La puerta de la entrada se abrió y apareció Ferid con un traje negro y un maletín. Venía de trabajar.

- Buenas noches, mi amor - dijo mientras cerraba la puerta -.

Nadie respondió.

- Krul, cariño, sé que estás ahí sentada. Te estoy viendo.

- Me importa un carajo - respondió tajante -.

- ¿Qué te pasa? - dijo Ferid acercándose a ella. Dejó el maletín en el suelo y se sentó a su lado - ¿Hice algo malo?

- Cariño... - empezó - Creo que no es buena idea seguir ocultando la verdad a nuestro hijo - suspiró - Sólo estamos haciendo que sufra.

- P-Pero - tartamudeó -.

- ¡Pero nada! ¡¿No escuchas a nuestro hijo llorar por la noche?! ¡¿No lo oyes gritar con las pesadillas?! ¡AUNQUE NO SEA NUESTRO HIJO, LO DEBEMOS AMAR COMO TAL! - gritó y se llevó las manos a la boca de inmediato. Inspiró profundamente y se le escapó una lágrima -.

- Te entiendo. Pero... sabes que no es tan fácil.

- No se trata de ti o de mí. Se trata de Mika.

- Bueno - suspiró - Supongo que tienes razón... Mañana le diré a Shinya, pero no me hago responsable de lo que pueda pasar...

- ¿Tú crees que Yuuichiro...?

- Sí, no creo que se lo tome demasiado bien.

Ambos se acostaron y no volvieron a hablar del tema.

Pasó la noche y amaneció. Mikaela se despertó, se aseó, se vistió y bajó las escaleras para desayunar.

Allí se encontraba su madre, quien también estaba desayunando.

- Buenos días - dijo -.

- Buenas, mamá - respondió -.

- ¿Te encuentras mejor?

- Sí - respondió. Sabía que su madre lo había oído llorar, así que no se sorprendió -.

- Bien. Hoy no vas al instituto, ¿vale?

- ¿Eh? - preguntó Mika desconcertado - ¿Cómo?

- Verás, es que tenemos invitados importantes que vienen a comer y necesito que me ayudes. Ve a ponerte guapo, anda.

- V-Vale - respondió -.

El rubio subió a su habitación, se quitó la ropa que llevaba y se colocó unos jeans negros, unas zapatillas y una camisa blanca, que llevaba desabrochada del último botón.

Estaba verdaderamente sexi.

Bajó a la cocina y comenzó a ayudar a su madre con la comida. Cortaba las verduras y echaba una mano en lo que podía.

- Y esos invitados... ¿Quiénes son? - preguntó Mikaela mientras cortaba un par de zanahorias -.

- Son la familia Ichinose. Creo que los conoces.

- ¿Ichinose? - preguntó extrañado - No, la verdad, no me suena.

- Bueno ya los conocerás, paciencia.

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