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Lo que mas asustaba ala gente eran sus relantos, todos ellos espantosos y horribles. No hablaba mas que de ahorcamientos y combates, de tempestades en alta mar o en las islas tortugas, y de salvajes hazañas en lejanas tierras del continente español.
A juzgar por sus palabras, se habia pasado la vida entera en medio de los peores bandidos que el diablo soltara por los mares del mundo. Y la manera de narrar esos sucesos escandaliza casi tanto a los ingenuos campecinos, como las mismas barbaridades que contaba. Mi padre decia continuamente que el meson
Estaba perdido y que la gente lo abandonaria  muy pronto, cansada de verse aterrorizada y abatida en el, para luego ir a acostarse temblando de horror y miedo. Sin embargo, yo creo que por el contrario, la presencia del viejo nos favorecia. Es cierto que los aldeanos le tenian miedo, cuando estaban en su presencia; pero luego, al recordarlo, casi llegaban a amarle, porque aquel hombre estimulaba de una manera insolita la apacible existencia rural. Hasta hubo cierto grupo de jovenes lugareños, que decian admirarle; y le llamaban «un verdadero lobo de mar» un
«gran tronera emperdenido»
Y otras cosas por el estilo, convencidos de que era uno de esos hombres sobre los cuales descansa la formidable pujanza naval de ingleterra.
Lo cierto era, en todo caso, que nos llevaba directamente a la rutina, pues percistia en quedarse:
Transcurrian las semanas, pasaban los meses, y el dinero del viejo se habia agotado ya desde hacia mucho tiempo, sin que mi padre tuviese jamas el valor suficiente para reclamarle la deuda. Si, por casualidad, se le escapaba la menor alucion, el capitan resoplaba de inmediato con tal fuerza, que parecia rugir; y mi pobre padre, asustado, abandonaba la habitacion. Varias veces, despues de una de esas demostraciones casi mudas, pero tan elocuentes, le vi retorcerse las manos de decesperacion; y estoy seguro de que las angustias y el temor en que vivia de continuo, apresuraron grandemente su desgraciado y prematuro fin.
Mientras vivio entre nosotros, el capitan no cambio jamas de vestido, a no ser las medias, pues una vez compro algunos pares a un mercader ambulante.
Se le rompio uno de los cuernos de su mugriento sombrero, y, en adelante, lo dejo colgado, no obstante lo incomodo que resultaba en los dias de viento. Todavia recuerdo el aspecto de su vieja casaca verdosa, que el mismo remendaba, encerrado en su cuarto, y que, mucho antes ya del final, era un puro cosido de andrajos. Nunca escribia cartas no hablaba a nadie mas que alos clientes del meson, y aun a estos solo cuando estaba borracho. Nadie habia osado abrie jamas su gran cofre marinero.
Una sola vez le pusieron a raya; y ello ocurrio en sus ultimos tiempos, cuando mi pobre padre andaba  ya gravemente atacado por la consuncion que debia llevarle al fin. El doctor livesey, que habia venido al atardecer  para visitar al enfermo, pidio a mi madre que le sirviera de cenar; y luego penetro en la sala de la posada, a fumar una pipa, mientras esperaba que le trajesen su caballo del villorrio cercano, pues en el
«Almirante Benbow» no teniamos establo. Yo le segui los pasos; y al punto note-lo recuerdo todavia-el contraste que le formaba el doctor, aseado y prolijo, con sus cabellos empolvados, blancos como la nieve, sus ojos negros y brillantes y su agradable apostura, en medio de los campecinos groseros, y sobre todo, de aquel sucio, pesado y misterioso corsario embrutecido ante su vaso de ron y con los codos apoyados en la mesa. De pronto, este se puso a cantar su sempiterna cancion:

  Quince hombres sobre el   
          Cofre de muerto           
                 ¡Ja, ja ja!
    ¡Y un gra frasco de ron!
                 ¡Ja, ja ja!
        El diablo y el ron se      
         Encargan del resto,
    ¡Y un gran franco de ron!

Al principio yo habia supuesto que «el cofre de muerto» debia ser el enorme baul que el pirata tenia en su cuarto; y su imagen anduvo mezclada, en mis pesadillas, con la del «marinero de una sola pierna» pero luego, con el tiempo, habiamos acabado por no prestar ya ninguna atencion al absurdo refran.

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