Tan pronto como Ben Gunn vio ondear la bandera, se detuvo en seco y me tomó por el brazo. -Mira -dijo-, son tus amigos, sin duda son ellos. -Quizá sean los amotinados -le contesté.
-Nunca -exclamó-. Si así fuera, en un lugar como éste, donde solamente puede haber caballeros de fortuna, Silver hubiera izado la Jolly bandera, no te quepa duda. No, ésos son los tuyos. Y deben haber combatido, y ademas no creo que hayan llevado la peor parte. Se habrán refugiado en la vieja empalizada de Flint; la levantó hace ya años y años. ¡Ah, Flint sí que era un hombre con cabeza! Quitando el ron, nunca se vio quien pudiera estar a su altura. No temía a nadie, no sabía lo que era el miedo... Sólo a Silver; ya puedes imaginarte cómo es Silver. -Sí -contesté-, quizá tengas razón; ojalá. Razón de más para darme prisa y unirme a mis amigos. -No, compañero -replicó Ben-, espera. Tú eres un buen muchacho, no me engaño; pero eres un mozalbete solamente, después de todo. Escucha: Ben Gunn se larga. Ni por ron me metería ahí dentro contigo, no, ni siquiera por ron, antes tengo que ver a tu caballero de nacimiento comprometerse con su palabra de honor. No olvides repetirle mis palabras: «Toda la confianza (debes decirle esto), toda la confianza del mundo»; y entonces le pellizcas, así. Y me pellizcó por tercera vez con el mismo aire de complicidad. -Y cuando se necesite a Ben Gunn, tú ya sabes dónde encontrarlo, Jim. En el mismo sitio donde hoy me has encontrado. Y el que venga a buscarme que traiga algo blanco en la mano y que venga solo. ¡Ah! Y debes decirles: «Ben Gunn», diles eso, «tiene sus razones». -Bueno -1e dije-, creo que te entiendo. Quieres proponer algo y quieres ver al squire o al doctor, y ellos podrán encontrarte en el lugar que yo te encontré. ¿Es eso todo? -¿Ycuándo?, tepreguntarás tú -me dijo-. Pues desde mediodía hasta los seis toques. -Muy bien -le contesté-. ¿Puedo irme ahora? -¿No se te olvidará? -me preguntó con ansiedad-. «Toda la confianza del mundo» y «él tiene sus razones», debes decirles eso. Razones propias; ése es el punto crucial: de hombre a hombre. Y bien, ya puedes irte -dijo, aunque seguía reteniéndome por el brazo-. Pero escucha, Jim, si fueras a encontrarte con Silver. .. ¿no venderías a Ben Gunn? ¿Ni aunque te torturasen en el potro? No, ¿verdad? Y si esos piratas acampan aquí, Jim, ¿qué dirías tú, si hubiera viudas por la mañana? Sus palabras fueron interrumpidas por una fuerte detonación, y una bala de cañón quemó las copas de los árboles y se hundió en la arena a menos de cien yardas de donde estábamos. Un minuto después cada uno corríamos en distintas direcciones. Durante más de una hora las detonaciones estremecieron la isla y los cañonazos continuaron arrasando la espesura. Yo fui de un escondrijo a otro, perseguido siempre, o al menos así me lo parecía, por aquellas descargas. Al final creo que hasta llegué a recobrar el ánimo, aunque aún no me atrevía a dirigirme a la empalizada, porque allí los disparos podían alcanzarme más fácilmente. Así que decidí dar un gran rodeo hacia el este y acercarme a la costa por entre el arbolado. El sol acababa de ponerse y la brisa del mar agitaba los árboles y rizaba la superficie grisácea del fondeadero; la marea había bajado y dejaba al descubierto grandes zonas arenosas; el fresco de la noche, después de un día tan caluroso, penetraba a través de mis ropas. La Hispaniola seguía fondeada en el mismo punto, pero en la pena de la cangreja ondeaba la jolly Roger -la negra enseña de la piratería-. De pronto vi que se iluminaba con un rojo fogonazo y la detonación fue contestada por todos los ecos y otra andanada silbó en el aire. Fue la última. Durante algún tiempo permanecí oculto, observando los movimientos que siguieron al ataque. En la orilla, no lejos de la empalizada, vi cómo empezaban a romper a hachazos el bote pequeño. A lo lejos, junto a la desembocadura del riachuelo, una enorme hoguera brillaba entre los árboles, y desde la playa iba y venía a la goleta uno de los botes con aquellos marineros que yo había visto tan ceñudos a bordo y que ahora remaban cantando al compás de sus bogadas, como chiquillos, aunque en sus voces se percibía la euforia del ron. Por fin creía que era el momento de intentar alcanzar la empalizada. Estaba a bastante distancia de ella, en la franja arenosa que cierra el fondeadero por el este y que con la bajamar hace camino hacia la Isla del Esqueleto; al ponerme en pie, me pareció ver, en la parte más lejana de la franja de arena, entre unos matorrales, una roca solitaria, lo suficientemente grande y de un raro color blancuzco, que me hizo pensar en la roca blanca de que me hablara Ben Gunn y junto a la que se encontraba el bote que quizá algún día pudiera necesitar. Fui bordeando el bosque hasta penetrar por la retaguardia de la empalizada, esto es, por el lado de la costa, y no tardé en ser recibido calurosamente por aquellos leales. Les relaté mi aventura sin perder tiempo, y comencé a hacerme cargo de mi tarea. El fortín había sido construido con troncos de pino sin escuadrar, incluso el piso y el techo, y este último se levantaba a un pie o pie y medio sobre el arenal. Había una especie de porche en la puerta y bajo él brotaba un manantial en