No había pasado mucho tiempo, cuando ocurrio el primero de los misteriosos sucesos que nos permitieron librarnos finalmente del pirata, aun cuando no de sus preocupaciones, como se vera luego. El invierno era aspero y frio, con largas y fuertes heladas y violentas tempestades; y desde el principio ya parecio indudable que mi pobre padre tendría muy pocas probabilidades de llegar hasta la primavera. Cada dia iba perdiendo mas fuerza; mi madre y yo llevamos todo el peso de la hostelería, y estábamos demasiado atareados para hacer un gran coso de nuestro desagradable huésped. Una mañana de enero, muy temprano y esque hacia un frio glacial, y la pequeña ensenada aparecio completamente blanca, cubierta de escarcha. Las olas chapoteaban suavemente al quebrarse sobre las piedras de la playa, y el sol todavía muy bajo, solamente iluminaba las cresta de las colinas y lucia alo lejos, en la inmensidad del mar. madrugando mas de costumbre, el capitán se dirigio a la playa, con su cuchillo asomado entre los largos faldones del casacón, su catalejo de bronce debajo del brazo yy el sombrero echado hacia atrás. Aun me parece estar viendo flotar su halito como una leve humareda a manera de estela, y oir el ultimo ruido que dejo tras de si, al doblar un peñasco: un inmenso resoplido de indignación, como si todavía estuviera pensando en el doctor livesey.