Un día en el D. F.

7 6 0
                                    

Un día iba con destino al D.F. tal vez, algún extranjero no comprenda mis palabras así que seré más específica, aquí en México, el Distrito Federal, es el centro de la ciudad, conocido por algunos como el mounstro, la razón es, por ser enorme, aquí cualquier persona que llega puede ser víctima de la delincuencia o incluso de perderse, pues es un lugar enorme y con demasiada gente. Pero para alguien de por acá, es decir, un chilango, es fácil desplazarse tomando las distintas rutas, desde el tan conocido metro, alguna combi, alguna micro, o un autobús que dícese llamar ecológico pero que no es más que un instrumento de tortura para aquellos que sufrimos de los nervios.

Ése día cómo decía iba con destino allá, tenía que subir por unas escaleras para tomar el metro, iba con un resfriado horrible, de esos que te roban la voluntad incluso para dar un paso más, pero no me quedaba de otra tenía que realizar algunas compras, cuando al ir subiendo, un pequeño cómo de unos cinco años, de tez morena, cabello negro y los ojos obscuros se me acercó, el niño me conmovió, pues deseaba quedarse con la soda que llevaba en mi mano, tal vez el pequeño tenía sed, tal vez no había comido nada, voltee hacia los lados y me di cuenta que una mujer con un bebé en brazos, la cual se veía que era de provincia por el tipo de tez, su reboso y sus sandalias, se encontraba pidiendo limosna, supongo, ella era la madre del pequeño, pero, no podía dejarle mi refresco, yo estaba enferma, y al dejarlo podría contagiarlo y el mal superaría al beneficio así que lo único que pude hacer es desprenderme del cambio que llevaba en el pantalón, (para quien no lo sepa la mayoría de nosotros dividimos nuestro dinero, a fin de si sufrimos un atracó les demos suelto pero nunca los billetes, al ser un lugar en donde el 90% de las veces que sales a transporte público corres el riesgo de ser asaltado, aprendes a tomar tus precauciones), el pequeño se le iluminaron los ojos al ver esas monedas y sólo alcanzó a agradecer, aunque siguió viendo con anhelo mi refresco se conformo con aquello. Yo me sentí mal por aquel pequeño, pero más no podía hacer, camine rumbo a mi destino.

Subí al metro San Juan, rumbo a Pantitlán, cuando el llamado metro férreo se detuvo en seco, las personas comenzaron a desesperarse, algunas a vociferar, lo cual sólo aumentaba la tensión, el metro iba lleno de gente, en algunos momentos se han hecho bromas al respecto, diciendo que el metro pone en dudas las teorías físicas, en particular aquellas que dicen que dos objetos no pueden ocupar el mismo espacio, aquello se pone en duda al ver a cientos de personas reunidas en vagones de dos por cuatro; y en los cuales en momentos como estos en donde el tren no avanza, el dióxido de carbono se hace denso y el calor se hace presente es cuando desearías estar en otro lugar. Las personas comenzaban a desesperarse, veían con impaciencia el reloj, seguro llegarían tarde al trabajo, cuando de repente se da un anunció el metro no podría seguir su marcha, alguien se había arrojado a las vías del tren, yo me quede pasmada ante tal anuncio, pero aún más por ver la reacción de las personas, aunque algunos se mostraron tristes ante aquellas palabras, la mayoría se preocupaban más por cómo les afectaba en su vida, llegarían tarde les descontarían el día, ¿desde cuando el hombre se volvió tan indiferente al dolor ajeno?. El metro abrió sus puertas, obligando a todos a descender, las personas bajaron a trompicones, empujando a los demás, en momentos así creo que a veces los animales son más civilizados que el humano.

Todos tuvimos que tomar rutas alternativas, la ventaja es, que aquí algo que abunda es el transporte público, por fin llegue a mi destino, hice mis compras necesarias, por alguna razón termine en la calle de San Pablo, aquella que conduce a la Merced, al pasar por ahí, vi muchas chicas en las esquinas, un niño le pregunto a su madre quienes eran aquellas mujeres, la mujer respondió "malas mujeres" y cambió de dirección, diciendo que mirará a otro lado. No pude evitar voltear a ver aquellas chicas la mayoría de las cuales no superaban mi edad, me pregunte ¿qué es lo que las hace "malas mujeres?. No puedo negar que realizan un trabajo malo, al vender su cuerpo para beneficio de hombres lascivos que compran sus servicios para saciar sus deseos, pero ¿eso las vuelve malas? No, me niego a aceptarlo, yo no conozco su historia, no sé como llegaron a este punto, con solo mirarles su rostro de tristeza, de sufrimiento me doy cuenta que tal vez sólo llegaron hasta aquí porque la vida les había jugado una mala pasada y ahora estaban más enjauladas que un pájaro.

Regresé a mi casa, exhausta por el recorrido pero aún más agotada por los sucesos del día, rogando por el día en que el hombre deje de ser egoísta, vea lo que le rodea, aprenda a ver matices, aprenda a mostrar empatía por el sufrimiento ajeno, por el día en que deje de juzgar simplemente por la apariencia ajena.

Esté día me sentí impotente por no poder dar de comer a aquel niño que pedía ser alimentado, por no haber podido salvar a aquella persona que no vio otro remedio a su vida que acabar con ella, por no poder  ayudar a alguna de esas chicas que tienen que sufrir cada día el uso de su cuerpo como si fuera solo un objeto.

Por favor, querido lector, abre los ojos a la realidad, el mundo no gira únicamente en tu vida, no seas egocéntrico, mira el sufrimiento, tal vez haciendo esto, no cambiarás el mundo pero por lo menos tú, serás una persona mejor.







Dedicado a las personas de la calle, a aquellas chicas "de la Merced", y todas aquellas que trabajan de lo mismo, pero sobre todo a todos mis compañeros mexicanos.

Vidas marcadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora