19 | Cuando los trenes duermen

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Los trenes están durmiendo en sus vías. Están cansados de ver mundo y necesitan reposar. Necesitan cerrar los ojos y dejarse llevar.

El cielo ya cierra el telón y apaga las luces. Las estrellas aún no quieren salir, pero su curiosidad las gana y empiezan a asomar. El último tren me mece sobre las vías, casi se diría que es capaz de alzar el vuelo y llevarme sin dolor a cualquier parte. Pero en realidad está harto de hacerlo. De dejarle ganar el juego a los coches, que hacen trampas porque se salen de la convención.

Los trenes les envidian, ojalá pudieran ser menos estrictos y pudieran hacer aquello que no a todos les parece bien. Ojalá poder salir y fingir ser coches por un día, durante toda su vida. Y tal vez un gato querría ser tren. Tal vez los cuervos quisieran posarse sobre las vías. Y no tendrían miedo de perder porque la Muerte sería tan tramposa como ellos y tal vez fingiría ser Vida.

Pero los trenes son trenes. Nadie quiere que sean coches. Ni que se comporten como tal. Ni como buses. ¡Que no se les ocurra! La sociedad ya tiene suficiente cargando contra los tranvías, que suficientemente raros son ya como para que los trenes la líen.

Y el que me mece suspira. Fuerte, para que le oigamos. Tanto, incluso, que se apagan las luces de su interior y deja que las primeras estrellas le pregunten «qué te pasa». Las últimas nubes, aún sonrojadas, se apagan con Sol. Y yo me siento como en un coche sobre raíles. Se cae a pedazos, rindiéndose en esta partida que dura veinticuatro horas, y que luego vuelve a empezar.

Bittersweet fairytalesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora