10 | Selfportrait

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Estoy desnuda, completamente desnuda. Sin camisetas que cubran mis hombros, sin sujetadores que sostengan mis pechos, sin calcetines que abriguen mis pies.

Así, descalza sobre suelo frío, me miro en el espejo de cuerpo entero.

La chica que me mira no me reconoce. Me mira con ojos brillantes amenazadores, aunque a la vez abiertos como si de un cervatillo asustado se tratara.

Mi reflejo no me retrata; yo soy una chica feliz, fuerte y bonita. Pero la chica del espejo dista mucho de mis creencias.

El pelo negro, encrespado, sucio y alborotado apenas me llega a rozar los hombros. Se ve sucio. Se nota sucio y asqueroso. Hace días que no me ducho, y eso pasa factura. Un mechón de pelo muy rebelde cae por delante, haciéndome cosquillas en el pecho. Lo aparto de un manotazo, arañándome la piel, dejando que la mitad del mechón de pelo caiga al suelo. ¿Cuándo ha empezado a caerme tanto el pelo?

Vuelvo a mirarme el rostro. Sucio, ya no sé si por la falta de higiene o por las sombras. Demacrado, de poco y mal comer. Los ojos, inyectados en sangre, brillantes como estrellas, amenazan con llorar. Pero mi rostro sigue impasible, sin las comunes contracciones en los músculos de la cara cuando uno pretende llorar. Simplemente, lloro, sin necesidad de proponérmelo ni forzarme.

Los granos surcan mi frente. Y eso es preocupante, porque no acostumbra a pasar. De hecho, sólo pasa cuando enfermo. ¿Cuándo he empezado yo a estar así?

Los pómulos marcados, las mejillas hundidas, todo un escenario de batallas para la luz y la oscuridad: el terreno es mi piel y se dibujan sombras en él. Pelo sucio, que se cae. Ojos amenazadores, o tristes, llorones. No lo sé. No quiero seguir bajando la mirada por mi cuerpo.

Bittersweet fairytalesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora