Capítulo cuarenta y nueve

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RELIQUIAS FAMILIARES▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬

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RELIQUIAS FAMILIARES
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A pesar de las malas experiencias que le trajo la vida y las circunstancias que lo obligaron a estar allí, Ezra consideraba Idris un lugar hermoso y mágico, dichoso de un cuento de fantasías. A diferencia de los demás cuentos, los problemas no se resolvían en un par de páginas para él. Todo lo contrario.

En la cima de la escalinata del Gard podía apreciar una vista privilegiada de la ciudad de Alacante. La ciudad que bajo la luz de incontables estrellas, estaba triste, con luz tenue y calles vacías. Ezra era el único despierto para ver el cuadro hermoso y devastador que se pintaba ante sus ojos. Deseó poder enseñarle a William aquello.

—¿Qué se supone que haces aquí? —A su espalda oyó el acento británico que solo podía pronunciar Kaleem. Su amigo se paró a su lado, con las manos en los bolsillos y el rostro agotado—. Supuse que estabas en casa, descansando. Ha sido un día complicado.

—No puedo dormir —respondió, encogiendo los hombros—. Pensé que estar aquí a salvo con todos ustedes me ayudaría a recuperar las horas de sueño, pero al parecer no será así. Además, quieren que duerma aquí, al menos por esta noche, mañana puedo ir a casa de Imogen.

—¿Y Alec? ¿No se quedará contigo?

—Su madre lo ha excusado diciendo que tenía que hablar con él. Solo estaba siendo amable para evitar decir que no quiere verlo conmigo... digamos que no soy digno de su agrado. Apuesto mi cabeza que va a decirle que se aleje de mí. Y siendo honesto, no me interesa lo que ellos piensen, no quiero ser de su agrado ni el de nadie de aquí.

—Pero...

Ezra se giró a verlo con las cejas en alto.

—¿Qué te hace pensar que hay un «pero»?

—Siempre hay un «pero» —dijo Kaleem y curvó los labios hacia arriba. El muy idiota era listo.

Ezra dejó escapar un bufido. Kaleem lo conocía más de lo que él se imaginaba.

—Maryse piensa que estoy trabajando en conjunto con Sebastian. Claro que no lo dijo, pero sé que lo insinúa. Lo noto en las miradas que me da, en las que me dan todos —rió sin gracia y se abrazó las piernas contra el pecho—. Oigo los susurros cuando camino frente a las personas. Quisiera darles un puñetazo para que dejen de hablar, pero no puedo hacerlo. Ves, ahí está el «pero».

Y no mentía. Primero lo escuchó cuando en la mañana habló frente a los cazadores de sombras en la reunión del Consejo, y luego cuando se reunió con sus amigos pasado el mediodía. «Deshonra el apellido Herondale» escuchó de los labios de una mujer. «Es igual a Lucian, terminará yéndose con los subterráneos» decía otra. Todas personas que no había visto en su vida y que se atrevían a juzgarlo sin reparo o discreción.

—Sea lo que sea que ella piense es su problema. Tú, yo y todos tus amigos sabemos la clase de persona que eres. Arriesgaste tu vida para salvar a tu madre, luego lo hiciste una vez más por Jace. Dos personas que apenas conocías y que no dudaste un segundo en ayudar.

Warrior | Alec LightwoodDonde viven las historias. Descúbrelo ahora