Capítulo treinta

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LA CRUDA VERDAD▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬

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LA CRUDA VERDAD
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La paz perduró el tiempo que se mantuvieron abrazados. Luego, un golpe frío de realidad los atacó y de nuevo existía una distancia mucho más amplia que el océano. Alexander fue quien rompió el contacto, deshaciéndose de él como si sus brazos y su piel fueran tóxicos. Ezra advirtió el gesto, le dolía sentirlo tan lejos cuando solo los separaban unos centímetros. De pronto ya no eran Alec y Ezra, eran las consecuencias de la mala comunicación, dos desconocidos que se hallaron por casualidad en el corredor de un edificio pintoresco que con cada respiración propinada parecía hacerse más pequeño.

—Gracias por la ayuda —dijo Ezra. Agradecerle fue solo una formalidad, estaba muy lejos de sentir algo que no sea el rechazo que acababa de experimentar. La actitud de Alec le dolió demasiado como para dejarlo pasar y continuar. ¿Qué está pensando? Se cuestionó como un tonto. Corrió un mes desde la última vez que se vieron, que se hablaron como personas civilizadas y relacionadas, por supuesto que nada sería lo mismo.

—Si —murmuró, limitándose a replicar algo más. Alexander Lightwood se refugió en una coraza impenetrable de indiferencia.

Una de las puertas al final del corredor chistó y ambos observaron a tiempo para ver a Kaleem caminar apresurado hacia ellos. Ezra lo notó alterado.

—¿Te encuentras bien? —preguntó, preocupado.

—Iba a preguntar lo mismo —replicó su amigo y reparó en la otra presencia—. Hola —lo saludó y se acercó a Ezra para hablar en confidencia—. Conseguí la dirección de Amatis Graymark, ella estuvo casada con Stephen el tiempo suficiente para saber algo. Tal vez pueda ayudar. He dibujado un mapa para que te sea más fácil llegar a ella, solo asegúrate de tomar la calle del comercio, la misma por la cual llegamos aquí —explicó en voz baja y le cogió la mano dejando sobre la palma de su mano un trozo de papel doblado a la perfección.

Ezra frunció el ceño.

—¿Qué hay de ti, no vienes?

Kaleem se movió en el lugar, cambiando el peso de una pierna a la otra.

—Ahora mismo no puedo. Te veré en casa de Arthur más tarde, no tienes que preocuparte —le aseguró, escueto, utilizando un tono de voz poco usual al suyo. Kaleem no dijo nada más, dio media vuelta y regresó por el mismo lugar.

Inmóvil, Ezra lo observó marcharse, sin saber que hacer o siquiera como salir del Gard. Si no podía hacer algo tan simple como eso, dudaba encontrar la casa de Amatis. Su actitud lo confundió y consideró que podría tratarse de la presencia de Alec. Lo dudaba. Kaleem no era la clase de persona que tenga ese comportamiento, él siempre estaba un paso por delante en madurez.

Suspiró, deseoso de estar en Nueva York trabajando en la cafetería, si el destino quería torturarlo, no le importaba, pero prefería que lo hiciera en Nueva York donde conocía las calles y a algunas personas, donde tenía un lugar al cual llamar hogar en cual refugiarse.

Warrior | Alec LightwoodDonde viven las historias. Descúbrelo ahora