Capítulo cincuenta y cuatro

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ASÍ EN LA TIERRA COMO EN EL INFIERNO▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬

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ASÍ EN LA TIERRA COMO EN EL INFIERNO
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William abrió los ojos hallando un panorama completamente oscuro. Comenzó a sudar, la espalda, la frente, las manos. Sudor nervioso. No le pasaba desde los días que estuvo encerrado en el sótano, siendo víctima de Sebastian.

¿Dónde están todos? Se preguntó. Sus padres, los Lightwood, Simon y Clary, su amiga Emma. Intentó sosegar los nervios y empezó a idear un plan de escape. Pero, ¿Cómo iba a escapar si no sabía donde se encontraba y todo lo que veía era negro?

Respiró profundo.

Desde que abrió los ojos no movió un músculo. Estaba en posición horizontal, acostado sobre lo que parecía ser un colchón que se amoldaba a su cuerpo. Si extendía los brazos podía tocar ambas paredes, dedujo que el cuarto era pequeño, casi claustrofóbico. Si contaba con ventanas, no lo sabía. Si existía una salida, tampoco. Levantó una de sus manos y la agitó frente a su rostro, mas las sombras se interponían. Entonces tuvo un recuerdo, quizás el primero, de pequeño supo temerle a la oscuridad, dormía con una lámpara encendida y no cerraba los ojos a menos que uno de sus padres estuvieran acompañándolo.

Analizó la situación. Oscuridad y un lugar pequeño. Casi podría decir que presenciaba su peor pesadilla.

Bajó de la cama, apoyando los pies cuidadosamente en el suelo y forzó la vista esperando encontrar un mínimo atisbo de luz. Se incorporó por completo al captar una línea recta pegada al suelo, una puerta. Fue hacia ella dando pasos largos, golpeándose las piernas con lo que sea que se interponía en su camino a su salida. Tanteó la pared con ambas manos hasta encontrar la manija y tiró de ella solo para encontrarla cerrada.

—Oh no —musitó y repitió un par de veces.

De repente, le faltaba el aire y las gotas de sudor le caían como lluvia por la frente. Golpeó la puerta con los puños, dando patadas, rodillazos hasta que la madera cedió y salió expulsado hacia un corredor iluminado por lamparones antiguos de luz mágica que le hicieron lagrimear al primer contacto con sus ojos. Suspiró, agotado. Sin duda estaba en Londres, conocía el instituto, pues ese era su hogar. Otro recuerdo. Si giraba a la derecha saldría al vestíbulo y si iba en la otra dirección iría a la sala de música y a la biblioteca.

La verdadera pregunta era: ¿Cómo llegó allí?

Una voz femenina fluyó desde el corredor izquierdo. William se arremangó la camisa hasta los codos y se dejó guiar por el sonido. Mientras más se acercaba, más fuerte era el murmullo y lo que resultó ser una voz singular se vio acompañada de otro conjunto de voces.

—¡Ah, me quema! ¡Rose, saca esto de mi cabeza ahora mismo! —demandó una voz masculina, desesperada, casi al borde del pánico.

—¿Conoces a cierra la boca? —dijo otra voz, esta femenina.

Warrior | Alec LightwoodDonde viven las historias. Descúbrelo ahora