Capítulo treinta y cinco

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PULVIS ET UMBRA SUMUS▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬

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PULVIS ET UMBRA SUMUS
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—Soy yo, no tengas miedo —Por fin habló Alec, apareciendo entre la oscuridad.

Ezra se permitió exhalar todo el aire de sus pulmones y la tensión que se acumuló en su cuerpo, al no conocer que se avecinaba, explotó hacía el exterior. Por un momento, pensó que el fin le había llegado, que Sebastian lo había encontrado. Cuando vio la silueta de Alec, cuando escuchó su voz, se sintió más ligero.

—¿Cómo supiste que estaba aquí?

Alec recargó el cuerpo sobre el marco de la puerta y apoyó la cabeza en la madera. Cerró los ojos y respiró profundo. Visiblemente se veía destrozado, triste por la pérdida de su hermano pequeño. Le preocupaba pensar cómo es que la familia Lightwood se recuperaría después de una pérdida semejante. Ezra no conocía mucho a Max, solo un poco, y aún así aseguraba que era un niño muy dulce e inteligente que sería extrañado a horrores.

No recibió respuesta.

Se incorporó de la cama y caminó hacia él. Alec, que tenía los ojos cerrados, los abrió y llevó la vista a sus ojos. Ezra era unos centímetros más bajo. Su mirada, quebrada por la pena, le resultaba dolorosa de contemplar. Nunca creyó que mirar a alguien sufrir le dolería también. El azul estaba opaco, como si el alma se le hubiera esfumado del cuerpo, o peor, como si se la hubiesen arrebatado. En parte fue así.

—Lo siento mucho —susurró Ezra, sujetándole el brazo, acariciándolo.

—Gracias —replicó, devolviendo la caricia.

Tiró de su mano, invitándolo a sentarse. Alec no opuso resistencia, ni siquiera parecía estar presente, era un fantasma que tenía su voz y su aspecto, alguien hueco por dentro.

—Esperé a Jace por más de dos horas... no quería estar solo —prosiguió, su tono de voz más vulnerable del que empleó jamás. Ezra no podía decir que entendía su dolor. Sí, quería a su madre, y quería un poco a Daphne, solo que ellas no eran parte esencial de su vida, se sentía un desalmado por siquiera pensar eso, mas era la cruda verdad.

—Está bien, puedes quedarte si quieres. La verdad es que tampoco me apetece estar solo está noche —dijo Ezra, sin soltar el agarre de su mano—. Creo que tengo miedo —No lo creía. Lo sabía pero le costaba admitirlo.

Sus palabras captaron la atención de Alexander. Por primera vez desde su llegada, levantó la cabeza y lo miró a los ojos. Sus facciones se afirmaron, como si hubiera juntado coraje.

—Yo también tengo miedo —se lamentó, incapaz de completar la oración. De pronto, se inclinó hacia él y reposó la frente sobre su hombro, ocultando el rostro en el hueco de su cuello, y comenzó a sollozar en silencio.

El corazón de Ezra se encogió. Lo atrajo más hacia su cuerpo, le acarició la espalda, el cabello, la nuca. Lo envolvió con ambos brazos, aferrándolo lo más fuerte y suave que pudo hacerlo, conteniendo su tristeza, deseando poder quitar el dolor y la angustia que permanecería en su vida por mucho tiempo.

Warrior | Alec LightwoodDonde viven las historias. Descúbrelo ahora