New York City. Año 2060
Consultorio psiquiátrico. Doctora Anne Jones.
—¿Cuéntame qué sucede Michelle?—preguntó Anne a su paciente, mirándola a través de los cristales de sus lentes, desde aquel giratorio sofá individual de color blanco en el que estaba sentada—¿Has vuelto a tener esos sueños de los que me hablaste?
La rubia, que yacía semi-recostada en el diván del mismo tono, bajo la dicroica lámpara que arrancaba destellos de sus ojos claros, los cuales se paseaban desenfocados por el recinto, cambió de pose incorporándose, mientras frotaba sus manos ansiosamente.
Al parecer los ansiolíticos que le había recetado la terapeuta no estaban surtiendo el efecto esperado, o ella no los estaba tomando de forma regular.
Anne cogió la tableta digital, que contenía el historial médico de los pacientes y anotó en su ficha personal: "cambiar la medicación." Luego, posó sus ojos café claro en la joven, que se disponía a hablar.
—De eso quería hablarle doctora. No estoy segura de que sean sueños— Michelle, ya había optado por levantarse de su asiento y empezaba a caminar por el espacioso consultorio, mientras sus tacones resonaban en el espejado suelo de porcelanato. Anne pudo notar que la mujer llevaba puestas las mismas prendas que la sesión anterior, la cual había sido hacía dos días atrás. En general, la morena trataba a sus pacientes una vez a la semana, pero aquella mañana, después del llamado de una alterada Michelle, había optado por darle una nueva cita ese mismo día. La psiquiatra también observó que el aspecto general de la rubia era caótico y eso la preocupó aún más—. Porque se supone que los sueños se presentan cuando uno duerme ¿no?—continuó hablando, al tiempo que Anne seguía haciendo anotaciones en su tableta digital—, pero yo no he dormido estos días, y aun así las imágenes del Apocalipsis se me presentan demasiado nítidas en mi cabeza, en pleno estado de conciencia.
Anne, pasó sus dedos por sus cortos cabellos castaños y negó, mientras un sentimiento de compasión la llenaba. Intentó despojarse del mismo, mientras formulaba en su mente, la siguiente pregunta. No podía permitirse que la subjetividad o la empatía nublaran su juicio. Debía conservar su mente fría. Aunque era difícil, ya que Michelle había empezado a tratarse con ella hacía unos meses atrás, producto de un estado de depresión y Anne había sido el puntal principal en su recuperación, por lo cual ya había cierto vínculo gestado entre ambas.
La doctora había pensado que su paciente ya estaba próxima a ser dada de alta, por sus grandes avances, y cuando la joven rubia empezó a hablarle de sus sueños, no imaginó que pudieran afectarla de tal modo y que implicarían un retroceso en su estado anímico.
—Una mente cansada puede jugarnos malas pasadas, Michelle, y afecta considerablemente nuestro estado emocional. Es por eso que te he recetado también calmantes, para que puedas descansar mejor. Pero me doy cuenta que no los has tomado últimamente, como tampoco has tomado los ansiolíticos...
—¡Ni los antidepresivos ni los ansiolíticos sirven para esto!—Michelle se había detenido frente al inmenso ventanal que abarcaba casi la totalidad de la pared del consultorio, por el que se visualizaban una inmensidad de edificios de multi- geométricas formas, algunos tan altos, que parecían rasgar con sus cúspides el diáfano lienzo del cielo—. Lo que me está pasando ahora es diferente. Este estado no lo he generado yo. Viene de Dios.
Anne, armándose de toda la paciencia y la sabiduría que le habían aportado sus estudios y sus años de experiencia, y manteniendo su postura neutral, se retiró los lentes y cruzó sus piernas de modo casual, "fingiendo" que lo que había oído no eran los desvaríos de una mente cada vez más insana, de una paciente que ya estaba manifestando indicios de psicosis, y dijo:
—¿Puedes explicarte mejor? Me interesa oír un poco más al respecto.
—Pues eso. Me he dado cuenta que lo que tengo son visiones que vienen de Dios. Él me ha seleccionado para transmitir el mensaje divino. El fin de los tiempos se acerca y nadie quedará exento del juicio final— la rubia desvió sus ojos celestes hacia el exterior, fijándolos en el cielo—.Ahora mismo Él me habla a través de imágenes doctora...
Anna se tensó. Esto era más serio de lo que pensaba. Ella no tenía nada en contra de ninguna fe, aunque en lo personal era agnóstica, pero como todo un profesional que era, no podía aceptar las ideas místicas de su paciente como valederas. Menos, con el historial clínico de Michelle.
En seguida anotó en la tableta el nombre de los antipsicóticos que le recetaría, luego de la sección. También aumentaría los encuentros a dos veces por semana. No quería llegar a internarla.
—¿Qué es lo que ves en este momento? —inquirió.
—Veo fuego doctora...El mundo, la humanidad, es consumida por el fuego—hizo una breve pausa—. Yo ...creo que no me siento bien—acotó, y llevó ambas manos a su cabeza, como si intentara contener una explosión mental.
Anne se levantó rápidamente de su asiento, alertada por las últimas palabras de su paciente, y por la postura que esta había asumido. Los ojos de Michelle se anclaron en los de su terapeuta, mientras esta cruzaba la amplia sala, hacia ella.
La morena alcanzó a ver cómo el brillo que estos emitían se apagaba, antes de que la rubia comenzara a desvanecerse.
Cuando llegó a su encuentro, con los brazos extendidos para abarcarla, no había nada. La mujer se había volatizado frente a ella.
Una palabra hizo eco en la mente de la terapeuta. La última que su paciente profirió antes de desaparecer totalmente: "ARCA"
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Evanescent
Science FictionLa tierra. Año 2060. Anne Jones, es psiquiatra en Nueva York y ve esfumarse, evaporarse, ante sus ojos a una de sus pacientes, la cual sufría delirios apocalípticos. La última palabra que aquella logra pronunciar antes de desaparecer es "ARCA" Dese...