Capítulo VIII

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El sistema de alarma había dejado de emitir su señal de alerta hacía aproximadamente veinte minutos, que figuraban entre los más caóticos de la vida de Jack, pero también los más emocionantes, desde hacía largo tiempo

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El sistema de alarma había dejado de emitir su señal de alerta hacía aproximadamente veinte minutos, que figuraban entre los más caóticos de la vida de Jack, pero también los más emocionantes, desde hacía largo tiempo.

Contrariamente a la lógica, el oficial experimentaba una placentera sensación de éxtasis y lo embargaba una gran adrenalina interna.

Hacía mucho que aquellos sentimientos lo habían abandonado y había sido absorbido por la monotonía de la rutina que lo abrumaba y aplastaba diariamente, pero ahora, gracias a la fuga de los prisioneros, tenía motivación, un propósito.

Por eso tampoco le importaron demasiado las advertencias del comisario de relevarlo de su cargo, por su incompetencia, a menos que hallara a los prófugos en un lapsus de 48 hs, pues él confiaba ampliamente en sus capacidades.

Puede que estuvieran algo oxidadas, por falta de uso, pero su sentido de perspicacia y su astucia, eran innatas.

Jack tenía amplia certeza de que él mismo podría determinar el paradero de Anne y Steven y cumplir la tarea que el sofisticado GPS satélital no había podido.

"Anne... Esa mujer nunca me ha inspirado plena confianza" pensó.

Ahora su instinto le susurraba que sus historias sobre mágicas desapariciones eran un cuento, lo mismo que las de aquel desdeñable Hacker.

Su aguda mente había alterado sus viejas hipótesis y la nueva teoría indicaba que ambos habían trabajado juntos para infiltrarse en el departamento de policía y vulnerar el sistema central para acceder a archivos confidenciales. Antes, su instinto había sido obnubilado ligeramente por la belleza y la tenacidad de aquella mujer, y por momentos una parte de él, la más sentimental, la que ni siquiera el desengaño amoroso había podido aniquilar por completo, le había creído.

Se maldecía, y más que eso, se aborrecía, por haberse dejado manipular por su cara bonita y por aquellos ojos color caramelo que lo acosaban en sus sueños. Pero pronto remediaría también eso. La atraparía y su fin sería "la habitación del pánico".

Hacía tiempo que se había abandonado la práctica de aprisionar a los reos dentro de las cárceles comunes donde eran sometidos a diversos programas de rehabilitación que fomentaran su re inserción social. Aquellos métodos, por más positivos que parecieran, tenían severas fallas y un muy bajo nivel de éxito.

Los estudiosos habían determinado que el miedo era la alternativa más óptima para combatir el crimen. Y la clave se hallaba dentro del propio individuo.

El malviviente era sometido a un procedimiento quirúrgico simple y eficaz, que consistía en la implantación de un microchip en el sistema límbico, aquel relacionado con las emociones, y luego era introducido en la "habitación del pánico", una sofisticada cabina de realidad virtual.

Dentro de la misma, el individuo era expuesto a diversas simulaciones donde se ponía a prueba su sentido de ética y moral. Cuando experimentaba un deseo o tomaba una decisión que implicaba una infracción a la ley, inmediatamente la simulación transmutaba en alguna situación donde se manifestaban sus temores más profundos e íntimos. Estas representaciones terroríficas se repetían hasta que el deseo deshonesto menguaba.

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