Capítulo 5

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El despertador vuelve a sonar como todas las mañanas, sólo que esta, viene acompañada por la melodía de un teléfono móvil. Permanezco entre las sábanas unos segundos de más, negándome por completo a salir de la cama e ir a contestar el maldito teléfono. No tengo ni la menor idea de quién es el que llama pero estoy segura de que debe de estar loco por llamar a las ocho de la mañana. Cuando estoy a punto de salir de mi refugio, escucho los pies descalzos de mi hermana apresurarse hacia el salón, lugar donde descansa el teléfono. Clara habla a un tono de voz tan bajo que apenas puedo escuchar de qué está hablando, lo cual despierta mi intriga. Salgo de la cama de un salto y con torpes movimientos consigo adentrarme en el pasillo que lleva al salón. A medida que avanzo escucho como mi hermana pregunta una hora y un lugar.

Al llegar a mi destino encuentro a Clara de pie junto a la mesilla en la que descansa el soporte del teléfono. Al verme, suelta el teléfono en su lugar de origen y lentamente se gira hacia mi persona, dejando ver una expresión triste y desanimada.

—Ana...

—¿Qué ha pasado?

Clara abandona su posición para aproximarse más a la mía.

—La abuela ha fallecido esta noche.

Las lágrimas no tardan de brotar de mis ojos. Clara me envuelve con sus brazos con tal de transmitirme sus condolencias y su cariño. Yo, al verme incapaz de negarme a esa muestra de afecto, me aferro con fuerza a su camiseta y tiro de ella un par de veces, la impotencia que siento me obliga a desatar todo ese dolor.

—¿Cómo ha sido?—pregunto con un fino hilo de voz.

—Su corazón decidió dejar de latir.

Mi abuela había abandonado este mundo con el mismo sigilo con el que vivió. Tanto le importaba nuestro sufrimiento por su muerte que decidió morir sola con tal de ahorrarnos un mal rato. Había sido una mujer magnífica, fue de esas personas que acudían a ayudarte antes de que se lo pidieras, de esas que se esforzaba día a día por sacarte una sonrisa sin importar cuan rota estuviese ella. Durante todos estos años en los que he disfrutado de su compañía, he aprendido que la vida a veces no es justa pero que debemos seguir adelante, a pesar de las dificultades la vida sigue. También aprendí que quien quiere algo, algo le cuesta y que los cobardes no siempre pierden y los valiente no tienen asegurado el éxito. Nos ha dejado una gran mujer pero su recuerdo, no caerá en el olvido fácilmente.

—A las diez es el funeral, se celebrará en el cementerio de San Fernando.

—Allí estaré.

Me deshago del abrazo de mi hermana para luego emprender una marcha en dirección a mi dormitorio. Una vez me he adentrado en él y he cerrado la puerta a mis espaldas, apoyo mi espalda sobre la superficie de la puerta y me deslizo por esta hasta quedar sentada en el frío suelo. Envuelvo con mis brazos mis rodillas flexionados y ejerzo presión en ellas para aproximarlas hacia mi pecho. Mis ojos se desbordan, derramando todas aquellas lágrimas que quise llorar con anterioridad. Mis lagrimales me escuecen y me advierten de que las reservas de lágrimas se están acabando pero, aún así, continúo llorando con todas mis fuerzas.

Bastan unos treinta minutos para ocultar mi rostro demacrado a causa del llanto con ayuda del maquillaje, para cambiar mi pijama por ropa de vestir y para vestirme con la mejor de mis sonrisas. Salgo a la calle con la esperanza de olvidarme por un momento de la realidad pero, todo cuanto veo a cada paso que doy me recuerda a algún fragmento de mi niñez vivido con mi abuela. Camino y camino desde casa hasta la floristería, a pesar de que la distancia entre ambos sitios es de diez kilómetros.

En cuanto visualizo la floristería, emprendo una carrera con tal de adentrarme en ella lo antes posible. En el interior encuentro a Andrés, quien está cambiando el agua de uno de los jarrones, al verme deja de llevar a cabo su acción para acogerme entre sus brazos. Con tan sólo mirarme una vez sabe que algo no va bien.

Si el Karma te dice "no" dile "no ni ná" Donde viven las historias. Descúbrelo ahora