El almuerzo se llevó a cabo en un restaurante elegido por mis padres, lo cual resultó ser una decisión muy acertada pues la comida que se servía a parte de ser abundante y tener un bajo coste, estaba deliciosa. Pedimos varias raciones de revuelto campero, una tortilla de patatas, un plato con jamón y queso y solomillo al whisky. Sin lugar a dudas, mi padre fue el que probablemente más zampó de todos nosotros. Aún sigo intentando averiguar cuál es su truco para no engordar. Yo, por el contrario, me limité a comerme un bocadillo de tortilla con mayonesa y he de admitir que me quedé tan llena que incluso llegué a sentir un terrible dolor de tripa.
Tras el festín decidimos dar una vuelta por la plaza de España, con tal de que nuestros familiares más lejanos apreciaran uno de los lugares más llamativos de Sevilla. Esta guía turística no hubiese sido necesaria si nuestros parientes no viviesen en la otra punta del país. Finalmente, todos quedaron muy encantados con la visita a este lugar tan característico de la ciudad y como agradecimiento decidieron invitarnos a merendar en una de las cafeterías más cercanas.
—Aquí tienes, una palmera de chocolate.
Mi padre deposita un plato delante mía, el cual contiene un dulce en forma de corazón, cubierto por una cobertura de chocolate y sobre él un cuchillo y un tenedor. Tiene que ser coña, ¿quién en su sano juicio se come la palmera de una forma tan refinada? Joder, ni que estuviésemos en un restaurante de alto postín.
—Papá, no recuerdo haberte pedido que me comprases nada.
Agita la mano, indicando que no tiene importancia.
—He visto como mirabas esas vitrinas.
Enarco ambas cejas a modo de pregunta.
—Realmente, el que las miraba fascinado eras tú. Es más, casi se te caía la baba al ver la gran variedad de pasteles.
—¿Vas a comerte esa palmera?—mira con deseo el dulce que descansa sobre el plato que yace delante mía. Lo cierto es que no tengo mucha hambre, así que no me importaría en absoluto que se la zampara.
—Toda tuya—acerco el plato hacia el extremo de la mesa más próximo a su persona. Mi progenitor toma asiento todo lo rápido que puede y se aferra a la palmera con ambas manos, dejándola prisionera. Cualquiera se la quita...
—¿Tienes pensado salir esta noche?
—Sí. He quedado con Andrés para ir a una discoteca—acaricio mi nuca, alborotando mi corta melena castaña.
—Está bien eso de ir a mover el esqueleto y emborracharse—dice con la boca llena—. Mmm, está buenísima, ¿de verdad que no quieres?
Niego con la cabeza.
—Cómo extraño ir de fiesta por ahí y recogerme a las tantas. Dichosos aquellos años. Ojalá volviera a vividlos. Oye, hija, ¿puedo ir con vosotros a la discoteca?
—¡Ni hablar!
Permanece inmóvil observando la palmera con tristeza, luego vuelve a llevársela a la boca para seguir devorándola.
—¿Por qué no?
—Porque tú tienes ya una edad, papá. Además, ¿desde cuando salir de fiesta implica llevarse a tu padre?
—Que sepas que puedo llegar a ser muy enrollado con los colegas. Ana, ¿tienes alguna otra razón por la que no quieres que vaya?
Vuelvo a negar con la cabeza.
—Hija, ¿estás metida en el mundo de las drogas?, ¿fumas porros con tus amigos? Puedes confiar en mí. Todos hemos pasado por eso, cielo.
Contraigo el rostro.
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Si el Karma te dice "no" dile "no ni ná"
Romansa¿Imaginas que tu vida dé un giro de 180º por el simple hecho de tomar una decisión? Es justamente eso lo que le sucede a la protagonista, Ana, una chica de veinticuatro años que no tiene ni la menor idea de cómo vivir su vida. Todo parece ir viento...