Capítulo 4: Sonrisa

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Capítulo 4: Sonrisa

—Eh, espera.

G detuvo su camino hacia su habitación ante la orden, y volteó para ver a un pequeño azabache de cinco años.

—¿Sí? —por sus vestimentas, debía ser un noble. ¿Sería el tal Alaude del que Giotto no dejaba de hablar?

No, era muy pequeño...

—¿Por qué dejaste entrar a ese chico en la fiesta? No, más bien, ¿por qué entrastéis?

Parpadeó sorprendido. ¿Cómo sabía él que se habían colado en esa fiesta?

—¿De qué habla? —al igual que su amigo rubio, G odiaba tener que hablarle así a un niño menor que él, pero al menos sabía morderse la lengua...

Por lo menos, mucho más que Giotto.

—No te hagas el tonto. Os vi colandóos en la fiesta con los trajes de mis primos —se cruzó de brazos—. Y Alaude conoció a tu amigo, aunque ese idiota piensa que es una chica —el pelirrojo contuvo la risa al ver como hablaba del chico que tanto admiraba Giotto—. ¿Y bien? ¿Por qué ha vuelto a entrar? ¿Qué pretendéis con todo esto?

—Espera, espera —el niño arqueó una ceja ante su tono, pero a G se le había agotado el respeto—. Para empezar, ¿quién eres tú? Creo que lo mínimo es saber a quién me dirijo.

—Me llamo Kyoya —era orgulloso el crío, se dijo el pelirrojo—. Soy el hijo del dueño de todo esto.

—El hermano del tal Alaude, supongo.

—Parece que tu amigo te ha informado bien.

—Lo he supuesto yo solo. A ver, señorito, si está tan seguro que nos hemos colado, ¿por qué no se lo dijo a su padre?

Kyoya hizo una mueca de desagrado, fugaz, pero G la detectó y supo que tenía ventaja.

—Ah, ya veo, me encuentro ante un señorito desobediente —sonrió—. Bien, pues creo que aquí acaba nuestra conversación.

—Me temo que no.

Por detrás del azabache, apareció un niño mayor que G, cabello rubio platino y ojos azul cielo.

—Alaude, ¿qué haces aquí? —dijo Kyoya molesto, sintiendo las manos de su hermano posándose sobre sus hombros.

—Con que este es el famoso Alaude —contrario a acobardarse, el pelirrojo le examinó con detalle.

Había escuchado toda la conversación con su hermano, y por tanto, la mentira de Giotto había sido descubierta. Mira que se lo había advertido...

—Parece que me conoces, pero yo no tengo el mismo placer —sonrió levemente, y solo eso bastó para desquiciar a G.

¿Qué veía Giotto en ese tipo? Se notaba que era igual de desagradable que todos los nobles. Todos eran estúpidos y arrogantes.

¡Incluso el crío le caía mejor!

—No creo que le interese saber quién es este pobre diablo, signorino¹ —sonrió burlón—. Pero solo le advierto una cosa, aléjese de Giotto. Muchos problemas tiene ya como para añadirle uno de semejante tamaño como usted.

Dio media vuelta, dando la conversación por concluida, hasta que sonó la voz de Alaude parándole el paso.

—Ya sé quién eres. Te pareces a ese chico que estaba con Giotto en la fiesta —no respondió—. Y debes ser el hijo de la sirvienta que vi hoy, por eso me sonaba tanto... —reflexionó—. Y por eso también sabías la disposición de las habitaciones.

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