Capítulo 15: Tratos

246 27 71
                                    

Capítulo 15: Tratos

Él le contaba historias si prometía no delatarle.

Ese era el trato con ese niño, que tendría unos diez años menos que él, y que le había pillado infiltrándose en su casa. Pensó en callarlo para siempre, pero no tenía tan poco corazón.

—¿No tienes un nombre? —le preguntó aquel niño una de las noches en las que regresaba de su «oficio».

—No me acuerdo de él —respondió.

Y era verdad, no tenía un nombre específico. Tampoco era como si lo necesitara.

—Podría ponerte un nombre.

—Como quieras.

—¡Se me ocurrirá un nombre! —exclamó feliz.

Suspiró. ¿Qué hacer con ese crío?

—Cuéntame otra historia, anda.

Se acomodó en el suelo en el que estaban, apoyándose sobre una almohada que él mismo había traído.

—¿De qué la quieres esta vez? —suspiró de nuevo.

—Hmm... de ti.

—¿De mí? —arqueó una ceja.

—Sí. ¿Por qué no tienes casa?

Sus ojos verdes brillaban de curiosidad, y tan solo pudo resoplar mientras se apoyaba en la pared.

—Soy un pobre diablo, ¿qué hay de misterio en eso?

—Pero, ¿no tienes familia... o algo?

—Ah, la tenía.

—¿Tenías?

—Sí. Vivía con mis padres, hace mucho tiempo. Casi ni recuerdo sus caras, menos sus nombres.

—¿Y por qué no los recuerdas?

—Hubo una época en la que pasé tanta hambre que los recuerdos empezaban a hacerse difusos, fue entonces cuando perdí varios recuerdos básicos, como el de mi nombre.

—¿Y por eso no sabes cómo te llamas?

—Exactamente.

El niño le miró con pena, e hizo una mueca. No quería su lástima.

—¿Y por qué ya no estás con tus padres?

—Murieron.

El pequeño observó que los ojos negros de su compañero se hacían más oscuros, como si no le gustase recordar lo poco que en su mente quedaba.

—¿Recuerdas cómo murieron? —apretó la almohada contra sí, esperando ansioso la respuesta.

—Sí. Es de lo poco que sé. Fueron asesinados en un incendio.

Cerró los ojos y se recordó a sí mismo volviendo a una casa en llamas, con gritos provenientes del interior y un hombre saliendo de ahí, corriendo como si no hubiera un mañana.

Para sus padres no lo habría.

Todo quedó reducido a cenizas, y lo único que pudo hacer fue observar cómo el esfuerzo de toda una vida se quemaba. Pocas cosas se salvaron de aquel desastre, apenas cuatro cosas que siempre llevaba consigo.

—¿Por qué?

Miró al curioso niño, pensando en lo absurdo de la pregunta. ¿Por qué más iba a ser? Por dinero.

Un prestamista. Un noble. No se valía confiar en esos hijos de puta.

—Dinero.

Sus orbes esmeralda se entristecieron al escuchar eso.

Promisse?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora