Capítulo 12: Apuesta

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Capítulo 12: Apuesta

Alaude bufó mientras se colocaba el traje que le obligaban a vestir.

—Estás gracioso —rió una voz tras suya, y volteó a ver a Giotto, quien le miraba con diversión desde la ventana.

Sonrió levemente de manera inconsciente y se acercó a él.

—Ya te quisiera ver a ti poniéndote esto. Te dan ganas de sacártelo al segundo.

—Lo siento, no soy tú, no soy rico —guiñó un ojo, sacando una risa leve al de ojos azules.

Extrañamente, el pequeño rubio siempre lograba hacerle sonreír.

—¿Y a dónde vas con esas pintas? —preguntó curioso Giotto—. Ya es bastante tarde, yo he terminado el trabajo y todo...

—Voy a la ópera —bufó—. No me gusta para nada, pero me obligan a ir.

—¿Qué es eso de "ópera"?

—A ver cómo te lo explico... —se llevó una mano al mentón—. Es como un conjunto de músicos. Más bien, como una obra en la que se interpretan hechos mitológicos...

—¿Mito... qué? —arqueó una ceja.

—Mitológicos. Historias antiguas de dioses y todo eso de Grecia —restó importancia, agitando una mano—. Es muy romanticoso, lo detesto.

—¿Cómo va tu pie...? —preguntó preocupado.

Le hizo un vendaje cuando llegaron a su habitación, pero como no sabía nada de medicina ni similares, el pequeño rubio no sabía con certeza si lo había hecho correctamente, pese a haber intentado seguir al pie de la letra las indicaciones de Alaude en todo momento.

—Mejor, no te preocupes. No eres tan malo para curar heridas como pensé —guiñó un ojo, divertido.

—Me tomaré eso como un halago —rodó los ojos—. Pero ¿por qué vas a ese sitio si estás herido...?

—Mi "querida" prima se ha encaprichado, y mis padres la consienten en todo—bufó—. Así que no tengo más remedio que ir, porque insiste en venir conmigo.

—Vaya, lo siento...—se apenó Giotto, y Alaude le miró con curiosidad.

—¿Por qué te disculpas? 

—Porque quizá si no hubiera sido por mí, tú no estarías en esta situación. Mal de tu pie y obligado a ir a ese lugar...

—Para empezar, no tienes la culpa de que mi prima sea tan insoportable, y en segunda, ella fue la responsable que esté así. ¡Podrías haber muerto!

—Pasé mucho miedo, pero estoy bien y en cambio tú...

—Esto se me pasará con el tiempo —sonrió—. Pero si tú hubieras caído desde tan alto hasta el suelo, probablemente no se pasaría nunca.

El menor le dedicó una de sus sinceras sonrisas que tanto le gustaba ver a Alaude.

—Muchas gracias, por salvarme...

—Ya me las has dado, tonto —rió—. Ahora vete, madre debe estar por venir a ver si estoy listo, y entonces no habrá excusa que nos salve.

Giotto asintió y se fue por donde había venido tras decir que volvería al día siguiente, a la hora de siempre, para ver cómo seguía.

—Alaude —dio un respingo al escuchar la calmada pero severa voz de su madre—. ¿Estás listo?

Borró la sonrisa que había mantenido de manera inconsciente en su charla con el pequeño rubio y volteó con su faceta habitual: la de un niño perfectamente educado e inexpresivo.

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