Capítulo 7: Boceto

247 30 35
                                    

Capítulo 7: Boceto

Oh, Dios...

Eso fue todo lo que pudo pensar Giotto al ver la cara sorprendida y medio volteada de Alaude, su mejilla empezando a remarcar la huella de su mano en un tono rojizo.

Miró su mano, palpitante y temblorosa ante la acción, y al chico herido y sorprendido ante la brusquedad repentina que había mostrado.

¿En qué diablos estaba pensando? ¡Sabía bien que Alaude no era alguien a quien pudiera golpear así como así!

—Yo... Dios, lo siento, de verdad que yo no quería...

Por alguna razón que el mismo niño desconocía, empezó a llorar. Las lágrimas caían una tras sin cesar, coloreando sus ojos dorados con tonos carmesí.

Giotto pensó que, al estar tan oscuro, Alaude no se daría cuenta. Sin embargo, el niño escuchó los sollozos e irremediablemente se alarmó.

—¿Giotto? ¿Qué te pasa? ¿Por qué lloras? —de alguna manera inexplicable, acabó por abrazar al más pequeño, consolándole en su hombro.

—Soy... una mala persona... yo... perdóname, Alaude... de verdad que no quería...

Las palabras que decía aquel pequeño le sorprendían y era decir poco. Pensó que era la primera vez que veía a alguien llorando a mares por pegar una simple bofetada.

Así, ¿cómo podía odiarlo? Era imposible.

—Tranquilo, Giotto, todo está bien...

—¿No... me odias...? —le miró con sus ojos empañados en salubre agua, y Alaude no se sintió capaz de hacer otra cosa más que sonreír.

—Claro que no, pegas como una niña, ¿creíste que me dolió? —rió.

No era del todo mentira. El ardor que sentía debido al golpe no se comparaba al que le provocaba internamente el verlo llorar de esa manera. Tan desconsolado, tan arrepentido...

—Lo siento... yo...

El final de su oración quedó opacada por la intervención de un niño de cinco años, cuya voz en grito provino desde el exterior.

—¡Alaude! ¿Dónde demonios estás? ¡Tenemos que irnos!

—Maldición, es verdad, tenemos que ir a la iglesia y luego a clase...

—¿¡Estabas ocupado y no lo dices?! —se alteró Giotto, sintiendo su rostro arder de la vergüenza, más aún si cabía.

Alaude chistó para que se callara, pero era ya tarde. La exclamación del pequeño rubio se escuchó por todo lo alto y Kyoya procedió a aporrear la puerta del vestidor.

—¡Alaude! ¡Sé que estás ahí! ¡Sal, que llegaremos tarde!

Los ojos azules de Alaude hicieron ademán de querer dedicar una mirada asesina al niño que tenía en frente. Sin embargo, al ver la expresión de total vergüenza de Giotto, nuevamente no pudo hacer otra cosa más que sonreír.

—¡Ahora salgo, Kyoya!

Ante esa exclamación, Giotto le miró con confusión, y Alaude le respondió con una expresión de sádica diversión que al menor no le gustó para nada.

El azabache, por su parte, esperaba impaciente su salida. Había oído la voz de Giotto, ¿qué tanto hacían ahí dentro encerrados?

—¡Alaude, no! —escuchó la voz del rubio de ojos dorados sobresaltada, y se asustó al pensar qué estaría haciéndole su hermano mayor.

Promisse?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora