Capítulo 6: Pintar

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Capítulo 6: Pintar

—Hasta que al fin, el señorito se digna a aparecer.

Kyoya fulminó con la mirada a su hermano. Había pasado por demasiado para volver a su casa, ya habría pasado la hora de la comida, y tenía sueño.

¿Lo bueno? Había memorizado el camino para volver a ver a Tuna.

Sin embargo, eso no quitaba el hecho de que estuviera en pijama todavía, y con un sueño terrible.

—Alaude, no estoy para tus quejas.

—Oh, pero me vas a escuchar, señorito —se cruzó de brazos—. ¿Sabes la hora que es? ¿Cómo sigues con pijama? ¿Dónde están tus modales? ¿Y a dónde se supone que has ido?

—A ningún lado.

—Estás cansado, has caminado bastante, tus pantuflas están llenas de tierra, has estado fuera. Tu pelo tiene algunas hebras de trigo, eso dice que has estado en los trigales. ¿Qué hacías por ahí?

—No te interesa.

—Según tu mal humor y tus ojos que se cierran solos, has salido de por mañana. Quizá madrugaste. ¿Dónde fuiste?

—Cállate y déjame pasar, tengo sueño.

—¿Y crees que eso me importa? Responde, en ausencia de padre y madre, yo soy quien debe cuidar de ti.

—Pues haces un trabajo fabuloso, llevo fuera unas cuantas horas —ironizó, intentando pasar a su habitación. Sin embargo, Alaude estaba en medio.

—¿Y dónde se supone que ha ido el gran señor?

—No sé por qué tengo que darte explicaciones.

—Por si lo has olvidado, tienes cinco años. No eres independiente, por tanto, debes darme explicaciones.

—Tú tienes nueve, y no eres mi padre.

—Pero soy tu hermano mayor. Me da el mismo derecho, así que habla.

—Fui a dar una vuelta.

—Con un pijama de pajaritos —arqueó una ceja.

—No estoy para que critiques mis gustos.

—¿Y a qué hora te fuiste? No te vi salir.

—Me habrías visto si no estuvieras en el séptimo cielo con tu querido amigo.

Alaude gruñó algo inentendible, y Kyoya solo pudo suspirar.

—Vamos a dejarlo claro. Yo soy mayor y tú pequeño, la vida es triste pero esto es así. Así que debes informarme de lo que hagas y no rechistar.

—Y creo recordar que padre es mayor que tú, y creo también que te ordenó no juntarte con sirvientes —Alaude le fulminó con la mirada. Lo que no supiera ese crío, no lo sabía nadie—. Pero me parece que has pasado olímpicamente.

—Y creo recordar que cierto niño desobediente que rompe jarrones y se salta sus castigos sabe estar con la boca cerradita si no quiere ser castigado de por vida por salir en pijama a sabe Dios dónde.

—Eso será si cierto niño también desobediente deja pasar a su hermanito a la habitación para que pueda echarse una siesta.

Alaude suspiró y le dejó pasar. Kyoya sonrió altanero y pasó con la cabeza bien alta.

Algún día, se dijo Alaude, le bajaría los humos a ese crío.

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