Capítulo 18: Azul

153 22 6
                                    

Capítulo 18: Azul

Ignoraba todo. No le abrió la puerta a nadie, excusó diciendo que se encontraba mal y, siendo realistas, no era una mentira.

Se encontraba mal. Fatal. La culpa lo invadía y el corazón se le apretaba más a cada segundo que veía aquellos ojos cerrados.

—Giotto, por Dios, no me hagas esto —suspiró, acariciando su rostro cubierto de vendajes—. Despierta...

El sol ya se ocultaba, el pelirrojo había vuelto a aparecer para ver a su amigo, pero dada su inconsciencia, se retiró diciendo que encontraría alguna excusa para justificar la ausencia de Giotto ante su madre.

—Giotto... —suspiró, tomando su mano.

Los pensamientos acerca de lo que ha pasado y lo que podría haber evitado cruzaban como rayos en su mente, rápidos, dolorosos. 

Y por primera vez en mucho tiempo sintió la tristeza en su interior, deshaciendo su corazón, llenando su garganta de amargura. Sus orbes azules se empañaron, empezando a ver borroso el rostro del rubio.

—¿Qué demonios...?

Sintió agua correr por su piel, su rostro empezó a mojarse. Una gota cayó en la mano que unía con la de Giotto.

—¿Estoy... llorando?

Se miró en un espejo que había en la habitación. Sus ojos azules emitían gotas de agua y se iban volviendo ligeramente rojizos.

¿Cuánto tiempo hacía que su reflejo no le devolvía esa imagen de sí mismo?

—¿Ves lo que me haces hacer...? —se limpió las lágrimas con el dorso de su otra mano—. ¿Qué más quieres que haga para que te despiertes?

El pequeño no se inmutó. Siguió durmiendo, inconsciente, y Alaude tenía miedo de que en algún momento su respiración se frenara o su corazón dejara de latir.

Aún con ese miedo presente, apoyó la cabeza encima del pecho del pequeño rubio que subía y bajaba lentamente, y quedó profundamente dormido.

 »◦✿◦«

Kyoya estaba preocupado.

Cuando entregó al castaño al pelirrojo, algo a regañadientes, y se lo llevó, se extrañó que no fuera Giotto quien recogiera al niño.

Además, Alaude no dejaba pasar a nadie a su dormitorio con la excusa de que estaba enfermo y no quería ni comer...

Tuvo que reforzar la historia de Alaude como pudo, sabiendo que no por nada haría eso. Pero su hermano actuaba demasiado misterioso y su madre tenía la mirada sombría.

De hecho, parecía haber querido contarle algo a su padre en el almuerzo, pero se retractó.

—Alaude. Alaude —tocó la puerta un par de veces, pero el niño no respondía.

Intentó abrir la puerta, pero estaba con seguro. Lo intentó varias veces al día, pero no logró nada.

—Señorito, debería ir a su habitación —sonrió una mujer de cabellos castaños y ojos marrones.

Un rubor se instaló en su rostro al ver el parecido tan asombroso que aquella mujer tenía con su amigo castaño.

—¿Se encuentra bien, señorito?

Promisse?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora